La Persona Humana IV:
Los sentimientos o pasiones:
Mucho se habla hoy de la importancia de los sentimientos. Es frecuente escuchar afirmaciones tales como: “lo importante es hacer lo que uno «realmente siente»”; “hay que «dejarse llevar» por los sentimientos”; “Si lo sentiste así, está bien”. Sin detenernos aquí a juzgar el valor que en sí mismo pueda tener una teoría antropológica que postule a los sentimientos como «norma» moral del obrar humano, es de suma importancia considerar, desde una perspectiva estrictamente filosófica, qué son los sentimientos. Según veremos, las pasiones (o sentimientos) están íntimamente vinculadas a las tendencias (o apetitos).
Definición y características:
Denominamos pasiones a los «sentimientos» o «estados afectivos» que resultan en nosotros del hecho de ser pasivamente atraídos por determinados bienes sensibles concretos. Son los cambios emocionales que el hecho de «apetecer cosas» produce en nosotros (por ello, técnicamente, se los suele denominar «movimientos de apetito»). En todo sentimiento se distinguen 3 elementos:
a) El «conocimiento» sensible desencadena todo el proceso del sentir humano. Siento miedo porque he visto (conocimiento) un animal peligroso. Como se ve, el conocimiento «especifica» el tipo de sentimiento experimentado.
b) El elemento principal del sentimiento es el «apetito» que se despierta como consecuencia del conocimiento sensible de aquello que representa un bien o un mal para nosotros. Si siento miedo al ver un animal peligroso es porque hay en mí una natural «tendencia» a huir de todo lo que pueda hacerme daño. Tengo «tendencia a huir» del oso que veo porque comprendo que puede quitarme la vida.
c) Un elemento esencial de los sentimientos es la conciencia de «modificaciones físicas». Sin ella, el sentimiento estaría «desencarnado» (no sería un estado de la sensibilidad): tengo miedo (sentimiento producido por la tendencia a huir de un peligro) y entonces tiemblo.
Clasificación de los sentimientos:
Es verdad que toda clasificación resulta un tanto artificial y desencarnada –y mucho más cuando se habla de algo tan vital y “encarnado” como son los sentimientos. Además, muy pocas veces los sentimientos se nos presentan en “estado puro”. Frecuentemente “anidan” en nosotros (y quizá más a menudo de lo que en verdad quisiéramos) sentimientos «contradictorios». Por ejemplo, no es raro que uno ame y odie, al mismo tiempo, a una persona (puesto que la ama por cosas que de ella le resultan apetecibles y la odia por otras que le son inaceptables). En este sentido, la clasificación propuesta a continuación constituye un valioso «marco de referencia» para distinguir, y comprender con mayor profundidad, la multitud desordenada de pasiones que cotidianamente experimentamos.
Para nuestra clasificación resulta útil distinguir entre los sentimientos que resultan en nosotros del denominado apetito sensible «concupiscible», de los derivados del llamado apetito sensible «irascible».
a) Sentimientos del apetito «concupiscible»:
- Pregunta: ¿Qué me ocurre cuando considero algo concreto (una cosa, una persona) que experimento como «buena para mí»?
Frente al bien considerado en sí mismo «siento» amor. De aquí que, en sentido amplio, el «amor» es el sentimiento que surge en nosotros frente a la consideración de un bien sensible concreto.
Si el bien «está ausente», si estoy separado de él, «siento» deseo. El «deseo» es entonces el sentimiento producido por la falta del bien amado. Decimos “¡cómo extraño a …. (Pongan el nombre que quieran), cómo «deseo» que estuviese aquí.
Pero si el bien «está presente», experimento gozo, delectación. El «gozo» es el sentimiento que surge en nosotros cuando la persona o cosa amada no falta, está aquí. En contraposición, la posesión de un bien que se ha dejado de amar, no proporciona ningún goce.
- Pregunta: ¿Qué me ocurre cuando considero algo concreto (una cosa, una persona) que experimento como «mala para mí»?
Frente a un mal «siento» odio. De aquí que, en sentido amplio, el «odio» es el sentimiento que surge en nosotros frente a la consideración de un mal sensible concreto.
Si el mal «está ausente», si estoy separado de él, «siento» aversión. La «aversión» es entonces el sentimiento que surge en nosotros frente a la consideración de un mal que, si bien no está ahora presente, no obstante, de algún modo, nos amenaza. Por ejemplo, siento aversión a la posibilidad de ser despedido de mi empleo.
Pero si el mal «está presente», lo contrario del gozo es la «tristeza», el sentimiento de «dolor». Nos sentimos tristes cuando padecemos un mal, por ejemplo, una enfermedad física o la falta de amigos.
b) Sentimientos del «apetito irascible»:
- Pregunta: ¿Qué me ocurre cuando considero algo concreto (una cosa, una persona) que experimento como «buena para mí» y que, al mismo tiempo, la concibo como «difícil de obtener»?
Frente al bien difícil de obtener, pero al mismo tiempo considerado como posible ser alcanzado, siento esperanza. Decimos: “tengo «esperanza» de aprobar todas las materias, puesto que si bien no es algo sencillo de lograr, pondré todo mi empeño y confío en mis capacidades”.
Pero si el bien arduo, luego de un examen más atento, se manifiesta como imposible de obtener siento «desesperación». Decimos: “Estoy «desesperado» porque sé que, por más que haga todo lo que está a mi alcance para manifestarle mi arrepentimiento y mi deseo de cambiar,
- Pregunta: ¿Qué me ocurre cuando considero algo concreto (una cosa, una persona) que experimento como «mala para mí» y que, al mismo tiempo, la concibo como «difícil de vencer»?
Aquí las cosas se complejizan un tanto puesto que, el mal difícil de vencer, puede estar presente o ausente.
Si el mal difícil de vencer está presente surge en nosotros el sentimiento de cólera. Nos encolerizamos o airamos frente a la presencia de un mal que vemos como difícil de superar. Puesto que la presencia de un mal sencillo de ser vencido, literalmente, “no nos mueve un pelo”.
Pero si el mal difícil de vencer está ausente, puede aparecer a nuestra consideración como posible o imposible de vencer.
Si aparece como posible de vencer, experimentamos audacia y vamos al encuentro del mal. En una competencia, por ejemplo, decimos: “Este me va a costar pero creo que puedo ganarle, ¡vamos entonces para adelante!”. He aquí la «audacia».
Pero si el mal difícil de vencer, luego de un examen más atento, se nos aparece como imposible de ser vencido, sentimos temor y nos alejamos de él. Así, luego de mandarnos una macana, podemos decir: “Mejor rajemos porque este nos mata”.
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