miércoles, 27 de octubre de 2010

LA COMPRENSIÓN COMO VIRTUD


La Educación de la comprensión (Fragmento adaptado):

La persona comprensiva…

«Reconoce los distintos factores que influyen en los senti­mientos o en el comportamiento de una persona, profundiza en el significado de cada factor y en su interrelación y adecúa su actuación a esa realidad».

Vamos a considerar el tema de la comprensión dentro de las relaciones personales. La descripción que sigue no hace re­ferencia a las consecuencias de haber llegado a comprender al otro. Pero está claro que si se llegan a captar los distintos facto­res que influyen en el estado de ánimo, o en el comportamien­to, de otra persona, será más fácil ayudarle a mejorar en un sentido muy amplio. Incluso el sólo hecho de sentirse compren­dido puede ser una ayuda importante en algún momento.
Un motivo para desarrollar la virtud de la comprensión será, entonces, el deseo de ayudar a otras personas de acuerdo con sus circunstancias, teniendo en cuenta cuáles son los fac­tores más decisivos en cada caso.
Cabe preguntarse si ésta es una virtud que pueden adquirir los hijos pe­queños o si únicamente hay que insistir en ella cuando los hijos ya son mayores. Para contestar, habrá que tener en cuenta lo que hemos dicho sobre el motivo para querer com­prender. El deseo de querer ayudar de acuerdo con las necesi­dades ajenas no suele surgir hasta el descubrimiento de la propia in­timidad, aunque puede comenzar desde antes de un modo más superficial. Me refiero a situaciones en que los hijos pe­queños se dan cuenta —llegan a ser conscientes— del estado de ánimo de otra persona o reconocen, por su comportamien­to, que necesita algo. Por ejemplo, si un niño nota que su ma­dre está muy cansada puede que intente no hacer ruido o ayu­dar en alguna tarea en la casa. Si nota que algún hermano está triste, puede regalar o prestar alguna posesión suya a ese her­mano con el fin de que se ponga contento. Pero estas actuacio­nes suelen ser reacciones afectivas, resultado del cariño que tiene a los demás. Intenta volver a “poner las cosas en su sitio”: conseguir que su madre esté descansada o que su hermano esté contento. Es decir, «comprende» que algo falta para que las relaciones estén como deben estar. No le suelen preocupar las causas de la situación anómala. No suele esforzarse para comprender profundamente.
En estas edades parece razonable que la misión de los pa­dres es: ayudar a los hijos a reconocer las características de cada uno de los miembros de la familia; notar que hay mo­mentos oportunos e inoportunos para hablar, pedir una cosa, etc.; darse cuenta de los distintos estados de ánimo de los de­más e introducir las preguntas: ¿qué habrá pasado para que el otro actúe así?, ¿qué ha ocurrido? o, ¿por qué estará tan triste, alegre, etc.? De este modo, el hijo pequeño irá captando los distintos factores que pueden influir sobre una persona, pero la comprensión, a un nivel más profundo, solamente vendrá con el reconocimiento «en él mismo» de sentimientos similares a los manifestados por los demás. Y aquí podemos plantearnos una pregunta importante: ¿es posible comprender a otro si uno mismo jamás ha tenido experiencia de lo que le está pasando? Si «comprender» signi­fica reconocer los factores que influyen en los sentimientos o en el comportamiento de una persona, la contestación será afirmativa, porque basta con la experiencia propia y de haber encontrado a otras personas en la misma o en una situación parecida en el pasado. Por lo menos, se puede llegar a com­prender lo suficiente para ayudar a esa persona a superar su dificultad o para ayudarle a mejorar. De todas formas, habría que tener en cuenta el peligro que supone traspasar los pro­pios sentimientos y reacciones a otra persona sencillamente porque las circunstancias suyas parecen similares a las que uno ha vivido personalmente. La comprensión no es sólo sen­tir con el otro. Es decir, simpatía, sino también intentar ver las cosas desde su punto de vista, o sea, la empatía. Este grado de comprensión solamente se desarrollará si la persona capta la importancia de la comprensión y de su misión de ayudar a los demás.



La empatía:

Para comprender bien lo que queremos decir por empatía, tendremos que hacer referencia a los estudios de algunos psicólogos. En 1957 Rogers habló de empatía como «percibir el marco interior de referencia del otro con exactitud, y con los componentes emocionales que le pertenecen, como si uno fue­ra esa persona, pero sin perder la condición de observador». Sin embargo, otros psicólogos que le siguieron empezaron a confundir ese estado de empatía con la manifestación de la empatía. Concretamente Truax en 1970 opinó que empatía es «... más que la habilidad del orientador de ser sensible al mundo privado del cliente como si fuera suyo. También supone más que saber lo que quiere decir el cliente. Empatía exacta supone no sólo sensibilidad del orien­tador hacia los sentimientos actuales del otro, sino también su capacidad de comunicar esta comprensión en un lenguaje apto para los sentimientos del cliente». Hacemos referencia a estas posturas, no para adoptar una de ellas respecto a cómo se debe entender la empatía, sino para destacar que en la vir­tud de la comprensión nos interesan las dos capacidades. En la formación de orientadores ha habido mucha discusión so­bre qué aspectos de este proceso deben considerarse priorita­rios o, incluso, si hay otros aspectos que deben ser cuidados: «la potencialidad de la persona respecto a la empatía puede ser bloqueada o impedida por problemas personales, por emociones que contrastan o por la falta de capacidad de enfo­car la situación adecuadamente. Es más apropiado intentar quitar estas dificultades para la empatía que intentar adiestrar la capacidad empática». Sin seguir con los pensamientos de los psicólogos, parece evidente que los padres, pensando en la educación de sus hi­jos, deben preocuparse en algún grado de cada uno de estos problemas. Concretamente:

  ¿Cómo ayudar a los hijos a estar personalmente en condiciones óptimas para comprender a los demás?

  ¿Cómo conseguir que aprendan a ver a la otra persona empáticamente, reconociendo los distintos aspectos que influyen en sus sentimientos y en su comporta­miento?

  ¿Cómo enseñarles a comunicar su comprensión para ayudar al otro?

Condiciones y circunstancias personales para ser comprensivo:

La observación de la vida de cada día en relación con los de­más nos puede mostrar muchas verdades. Una de ellas tiene que ver con las condiciones que necesita poseer una persona para recibir alguna información. Si se intenta comunicar una in­formación cuando la otra persona está preocupada por una cuestión personal, lo más probable es que no escuche o que no la asimile. Por ejemplo, si un padre diese una serie de instruccio­nes a su hijo cuando el hijo acababa de ver un accidente y quería contarlo a sus padres, es probable que no escuchase a su padre. Lo mismo ocurre cuando se trata de comprender a los demás. Es decir, si los hijos están centrados en sus propios problemas, es lógico que no se abran suficientemente para preocuparse de los demás. La lección es fácil de entender, pero no tan fácil de vivir en la práctica. Si queremos que nuestros hijos estén en condicio­nes de comprender a los demás, habrá que ayudarles en primer lugar, a olvidarse de sus propios problemas. Pero quizá la pala­bra «olvidarse» no es la correcta. Más bien se trata de reconocer los problemas en su justa realidad: importantes o secundarios, y empezar a poner los medios para superarlos. La observación muestra, otra vez, que en cuanto se ponen los medios para supe­rar un problema, la tensión interior desaparece en gran parte. Por eso, los problemas que más pueden obstaculizar la virtud de la comprensión son los que parecen no tener ninguna solución. Estos producen un estado de ánimo en el que la persona sigue dando vueltas y vueltas al mismo tema, incapaz de ver o de cen­trarse en la ayuda a los demás.
Veremos, en este sentido, cómo el hijo que ha aprendido a confiar razonablemente en sus propias capacidades, en la ayuda de sus padres y de los demás, y de un modo muy espe­cial si es religioso, en creer en la ayuda de Dios, estará en buenas condicio­nes para intentar comprender a los demás. Por otra parte, se tratará de ayudar a los hijos a no tener prejuicios. Hemos hablado de este tema en otro momento, pero aquí convendría reflexionar sobre algunos de los proble­mas típicos en los hijos, en este sentido. Comprender es un acto de recogida de información sin enjuiciar a la persona. Por tanto, si se rechaza el comportamiento del otro desde el prin­cipio, difícilmente se va a poder prestar la atención adecuada a los factores que han influido en esa situación. Por ejemplo, un padre de familia podría enfadarse con su hijo, porque éste le ha insultado. Lo único que percibe es que le ha insultado y ni siquiera pretende intentar comprenderle y el porqué de esta actuación. El hijo, ¿realmente quería insultar y molestar a su padre? ¿O con este insulto está expresando alguna pena inte­rior que no quiere o no es capaz de manifestar? Es la serenidad, la seguridad en sí mismo, la flexibilidad, el buen humor, lo que permite contar con una actitud com­prensiva hacia los demás.

La educación de la percepción empática

Sería absurdo pensar que en estas breves líneas se va a en­contrar la solución al problema de la educación de la percep­ción empática cuando tanto sabio, durante tanto tiempo, ha estado estudiando el tema sin llegar a un acuerdo respecto a unas conclusiones operativas. La mayoría de los psicólogos están de acuerdo en que hace falta empatía, aprecio positivo y calor humano en las relaciones con los demás. Pero no está claro cómo vivir ni cómo enseñar la empatía. Algunas perso­nas nacen con ella; otros, no. Aquí se trata de ofrecer una serie de sugerencias para ayudar a los padres en la educación de sus hijos. No es un programa, sino más bien, unos puntos en que se puede empezar la lucha de superación personal. Inicialmente se puede pensar en unas cuantas aclaracio­nes que convendrá hacer al adolescente:
a)      No todos somos iguales. Cada uno reacciona de modo diverso frente a distintos estímulos. Por tanto, no se trata de creer que la otra persona va a sentir lo mismo que uno mismo en una situación dada. Este problema, de hecho, sigue existiendo en las personas mayores. Por ejemplo, algunas personas dicen: «Esto no me mo­lesta a mí, ¿por qué tiene que molestarle al otro?».

b)      Lo que dicen o lo que hacen las personas no es necesa­riamente reflejo fiel de sus intenciones o sentimientos íntimos. Antes de considerar cuáles son los factores que están influyendo más en una situación, se trata de saber cuál es la situación real, no lo que queda refleja­do en el comportamiento aparente.

c)      Es muy fácil ser simplista, creyendo que sólo hay una causa para un problema dado. Normalmente existe un conjunto de causas. No se trata de aceptar la primera causa, percibida como la única verdadera.

d)     En situaciones normales —no en casos atípicos—, qui­zá lo más importante para el otro es saber que alguien se preocupa por él, pero que, a la vez, respeta su intimi­dad.

e)      Por último, no se trata de llegar a comprender comple­tamente. Eso jamás será posible. La dificultad queda reflejada en la contestación de un padre a su hija ado­lescente después de decirle la hija que no le compren­de: «Hija mía, ¿cómo te voy a comprender si ni siquie­ra te comprendes a ti misma?».
Podríamos resumir diciendo que la comprensión que bus­camos debe traducirse en una ayuda para que el otro llegue a comprenderse a sí mismo lo suficiente como para poner los medios a fin de superar su dificultad o emprender una lucha de mejora. De todas formas, se deben tener en cuenta «distintos tipos de factores» que pueden haber influido en los sentimientos o en el comportamiento de una persona para diagnosticar el problema mejor. En relación con estos factores existe la tentación de preguntar directamente al otro: «¿qué te pasa?» y, claro está, en la gran mayoría de los casos la contestación es: —«Nada».

Puede haber influido en la situación:

a)      algo que ha hecho anteriormente. Puede existir una re­lación estrecha entre un estado de tristeza en un hijo, por ejemplo, y el haber copiado en un examen.

b)      algo que ha dejado de hacer. Por ejemplo, la relación entre un estado de tristeza y el no haber estudiado para un examen.

c)      algo que otra persona le ha hecho. La relación entre el castigo del profesor por haber copiado y el estado de tristeza.

d)     algo que el otro no le ha hecho.

e)      algo que ha pensado, visto o sentido o escuchado.

Hemos puesto algunos ejemplos en esta relación para ex­plicar lo difícil que puede resultar lograr descubrir cuál es el problema real o cuáles son las causas del problema. Por ejem­plo, al notar que un hijo está triste, se podría haberle pregun­tado directamente para descubrir cuál era la causa. Quizá con­testó que había sido porque el profesor le había castigado. Pero, ¿realmente fue así? Podría haber sido también porque el profesor le había descubierto copiando, o porque se había dado cuenta de que no debía haber copiado, o porque se había dado cuenta de que debía haber estudiado más, o porque al­gún compañero se había burlado de él por haber copiado, etc.
La actuación del que quiere ayudar será diferente en cada caso. Si el chico se ha dado cuenta de que no debería haber co­piado, se tratará de ayudarle a superar el disgusto, y a estu­diar más. Pero si está triste porque ha sido descubierto por el profesor, la comprensión no debe apoyar este sentimiento. La comprensión, por tanto, no conduce necesariamente a la acep­tación del sentimiento o del comportamiento del otro. La com­prensión supone haber descubierto lo que realmente le pasa al otro, luego, desde su punto de vista —por tanto, aceptándole tal como es—, buscar un camino de mejora.
Y ¿cómo podemos desarrollar esta capacidad en los hijos? Ayudándoles a reconocer los distintos sentimientos en los de­más, y sus distintos comportamientos. Es decir, educando la sensibilidad. En la práctica, significará una serie de preguntas tales como: «¿Te has fijado en que tu hermano está muy con­tento, enfadado, triste, satisfecho, etc.? ¿Por qué será? ¿Estás seguro? ¿Qué otras razones puede haber? ¿Por qué habrá he­cho eso tu hermano?, etc.». Además, no sólo se trata de ayu­dar a los hijos a comprender a sus hermanos, sino también a sus compañeros, a sus profesores e incluso a sus propios pa­dres. Se ha hablado mucho de que los padres tienen que com­prender a sus hijos. Pero los hijos también tienen que apren­der a comprender a sus padres. Y esto es un papel importante de cada cónyuge con los hijos. Es decir, la madre puede ayu­dar a los hijos a comprender a su padre y viceversa.

La comunicación de la comprensión:

Según el tipo de problema que tiene el otro, hará falta:

a)      comprenderle y mostrar la comprensión.

b)      comprenderle y no actuar.

c)       mostrar preocupación por él y no esforzarse por com­prenderle demasiado.
Se tratará de comprender y no actuar cuando el hijo es capaz de superar la dificultad sin ayuda. Puede ser el caso de un niño que se ha disgustado por una cosa sin importancia y se sabe que es consciente de que ha sido una tontería. Prestar demasiada atención en este momen­to puede ser contraproducente, porque supone exagerar algo que el hijo quiere olvidar rápidamente. En otros casos, el hijo puede superar el problema, pero necesita un apoyo afectivo; necesita saber que alguien está preocupado por él. Por tanto, tampoco se trata de indagar demasiado.
Así podemos distin­guir entre:
a)      comprender a la persona, sus sentimientos y su comportamiento,
y
b)      comprender lo que necesita.
Aquí vamos a centrar la atención en la necesidad de sen­tirse comprendido. Existen estudios numerosos sobre técnicas de comunicación. Pero tampoco se trata de conseguir que nuestros hijos sean expertos en la orientación de sus herma­nos y de sus compañeros. Preferimos ahora comentar breve­mente unos cuantos modos de actuar que pueden facilitar el proceso sin pretender afinar demasiado.
a)      Se trata de mostrar que uno ha comprendido, no que uno ha enjuiciado. Por tanto, habrá que cuidar el mis­mo modo de expresarse. Se trata de evitar expresiones valorativas e intentar el uso de un lenguaje descriptivo. El ser humano se siente comprendido cuando la perso­na que le está escuchando repite, a veces con sus pro­pias palabras, lo que ha explicado, lo que ha contado, pero sin valorar el contenido.

b)      Se trata de ayudar al otro a resolver un problema. Por tanto habrá que evitar planteamientos predetermina­dos. El enfoque es: «vamos a ver lo que podemos ha­cer». No debe ser: «esto es lo que tienes que hacer».

c)      Para comunicar la comprensión, también hace falta tiempo y condiciones adecuadas. Se trata de mostrar afecto y atención. Esto no se puede hacer adecuadamen­te con interrupciones —llamadas telefónicas, etc. —. Si un hermano mayor quiere ayudar a un hermano peque­ño seguramente será mejor que salgan de casa para dar un paseo o, por lo menos, que busquen un sitio donde no va a haber interrupciones.

d)     Por último, se trata de mostrar que uno no está «por encima» del problema del otro. Es decir, hacer pensar que, aunque uno comprende el problema del otro, ja­más podría ocurrirle eso a uno mismo. Esto sería una actitud de superioridad que mostraría, entre otras co­sas, la falta de capacidad de comprensión.

Por todo lo que hemos dicho, quedará claro que la virtud de la comprensión es especialmente importante para los padres, pero también para los hijos, sobre todo adolescentes. Porque los hijos pueden ser una ayuda muy eficaz para sus padres en relación con sus hermanos más pequeños. A veces, es difícil para los padres comprender lo que pasa con sus hi­jos. En cambio, entre ellos se entienden «de maravilla». Reco­nocer este hecho es también comprender. La comprensión de los demás comienza con el esfuerzo de intentar comprenderse a sí mismo. Necesitamos estar lu­chando para superar nuestros propios prejuicios, para evitar sentimientos indignos o innecesarios que obstaculizan nues­tro proceso de mejora. Conociendo nuestras propias debilida­des se trata de evitar las circunstancias que las provocan, o por lo menos, prepararse para no caer otra vez en el mismo sentimiento o en el mismo comportamiento. Esto es saber rectificar. La rectificación suele aplicarse a actos injustos reali­zados frente a los demás, pero saber rectificar es un acto im­prescindible para la comprensión de uno mismo. Cuando lle­gamos a reconocer las causas principales de nuestros estados de ánimo o de nuestros comportamientos propios, es esa com­prensión lo que da fuerza para buscar la ayuda necesaria y volver a comenzar. Sin embargo, nunca llegaremos a conocer­nos ni a comprendernos totalmente —mucho menos, a los de­más— porque el ser humano es un ser misterioso.

Isaacs David en La Educación en las Virtudes Humanas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me resulto muy util lo dicho en esta pagina. esta perfectamente explicado pudiendo entender y comprender cada parrafo.