sábado, 27 de octubre de 2012

ÉTICA UTILITARISTA


En su obra Utilitarismo dice que la pregunta clave de la ética ha sido desde sus comienzos la que se refiere al cual es el sumo bien.
De la tradición clásica asume la convicción de que toda acción tiene un fin, que unos fines próximos se subordinan a unos remotos, y que esta cadena delfines se justifica por la existencia de un último fin –el sumo bien–, al cual los otros fines se subordinan.
Así como toda ciencia se apoya sobre ciertos principios, la disciplina ética deberá tener los suyos. La diferencia reside en que las ciencias experimentales comienzan observando la realidad y, a partir de ella, induce sus principios. En contraposición, la ética de desarrollarse a partir de unos principios formulados “desde el comienzo”.
·         El principio básico que en Mill elige como fundamento de la moral es el de mayor felicidad
Recordemos lo leído en el fragmento: “las acciones son justas en la proporción en que tienden a promover la felicidad… se entiende por felicidad el placer y la ausencia de dolor… las únicas cosas deseables como fines”
Frente a la objeción que sostiene que “es una vileza” sostener que la vida no tiene un fin más elevado que el placer el hombre es capaz de placeres más elevados que los de un cerdo puesto que tiene facultades más elevadas y que, una vez que ha cobrado conciencia de ellas, no se contentará con menos.
Por lo tanto, Mill sostiene que hay placeres más elevados que otros. pero, ¿cómo pueden jerarquizarse los placeres?
Para John Stuart Mill los placeres se diferencian en calidad y cantidad. La calidad está determinada por la facultad humana a la que proporcionan gozo; si esta facultad es de mayor dignidad su gozo será cualitativamente superior. En cambio, si es de menor dignidad, éste será cualitativamente inferior. Es preferible menor cantidad de un placer superior a mayor  de uno inferior.
por ejemplo: si al tener la posibilidad de elegir entre ir a un banquete en el que habrá comida abundante y que durará tres horas, e ir a escuchar un concierto de música clásica que durará una hora y opto por el concierto, entonces habré elegido el placer cualitativamente superior puesto que la música es placer para el espíritu y el alimento para el cuerpo.
Es un hecho, que mi elección dependerá de mi formación y capacidad para apreciar los diversos tipos de bienes que proporcionan placer.
A propósito de hecho sostiene Mill: “… es un hecho incuestionable que quienes tienen un conocimiento igual y una capacidad igual de apreciar y gozar, dan una marcada preferencia al modo de existencia que emplea sus facultades superiores. Pocas criaturas humanas consentirán en que se las convierta en alguno de los animales inferiores…”
Asimismo, un hombre que ha cultivado más profundamente las facultades más elevadas dispondrá de menos “oportunidades” para ser feliz y tendrá también más conciencia de aquellos males que acechan a los hombres; es probable que sienta más remordimientos si daña a los otros, será más consciente de la muerte que desecha, etc.
El hombre cultivado tiene un sentido de dignidad que lo lleva a rechazar una existencia de nivel inferior: “es mejor ser Sócrates insatisfecho que un tonto satisfecho”.
Rechaza la objeción de que ciertas personas que son capaces de placeres superiores a veces los posponen en favor de los inferiores porque “se tientan” con estos últimos. Él sostiene que si eligen de esa manera es porque ya se han incapacitado para disfrutar los primeros.
La incapacidad para disfrutar de lo noble puede acaecer debido a influencias negativas propias de un medio poco propicio para el desarrollo espiritual.

 El utilitarismo ético:

1) Es evidente que la felicidad no puede ser entendida como una sucesión ininterrumpida de placeres. En realidad la vida feliz siempre se ha pensado como aquella vida en la que los placeres activos se alternan con los pasivos; es decir, en la que los momentos de exaltación preceden y suceden a los momentos de tranquilidad.

2) La ética utilitarista no sólo tiene como propósito de la vida moral la búsqueda de la felicidad a partir de la consecución del placer, sino también la prevención o mitigación de los sufrimientos o males. En este sentido, afirma que las personas que se preocupan por otros y por la sociedad en esta tarea, obtienen cierto “gusto por la vida”. En cambio, las personas egoístas que sólo se preocupan por sí mismas, van perdiendo el interés por todo lo que les rodea y no le encuentran “sabor a la vida”.

“en un mundo en que hay tanto del interesante, tanto que gozar, y también tanto que corregir y mejorar, todo el que posea una moderada cantidad de moral y de requisitos intelectuales es capaz de una existencia que puede llamarse envidiable”

Según John Stuart Mill, los grandes males que acechan a la humanidad son fundamentalmente tres: la ignorancia, la enfermedad y la pobreza. Todas estas causas del sufrimiento pueden contrarrestarse considerablemente con el esfuerzo humano: los males del mundo son en su mayoría evitables. Todo hombre que se entregue con inteligencia y generosidad al trabajo por remediar estos males obtendrá en esta lucha un gozo –y por lo tanto, una felicidad– que no estará dispuesto a cambiar por la satisfacción de un placer egoísta.
·         la ignorancia: deberá convertirse con la difusión de la educación, la cual no deberá apuntar sólo lo intelectual sino también a lo estético y lo moral.
·         la enfermedad: deberá combatirse con el desarrollo de la medicina y las ciencias
·         la pobreza: deberá combatirse con una legislación que permita proteger a los que menos tienen y alcanzar una forma de justicia social.
3) El utilitarista reconoce el valor del sacrificio de la propia felicidad pero sólo ligado a la obtención de la felicidad ajena; recomienda, asimismo, que es preciso que el hombre actúe teniendo en cuenta el desafío de promover la felicidad general con sus acciones; aunque no condena a aquellos que hacen algo bueno por otros buscando algún fin que no sea altruista.
4) Según Mill, el utilitarismo no es una posición atea puesto que si Dios quiere sobre todo la felicidad de sus criaturas, una moral que impulsa su búsqueda no puede ser contraria a la religiosidad.
En relación con ello, Mill afirma que el espíritu de la ética utilitarista se encuentra expresado en la famosa “regla de oro” predicada por el propio Jesús: “haz como querrías que hicieran contigo, y ama a tu prójimo como a ti mismo”. Este es también el ideal de la ética utilitarista y los medios más apropiados para conseguirlos son los siguientes:
·         Que las leyes sociales coloquen la felicidad de cada individuo en armonía con el interés común.
·         Que la educación, que tanto poder tiene sobre el carácter, lo use para establecer en la mente de cada individuo una asociación indisoluble entre la propia felicidad y la mayor felicidad del conjunto, de forma tal que uno de los motivos habituales de acción de las personas fuera la promoción del bien general.

Críticas:
·         cuando la felicidad recibe el sentido amplio e indiferenciado que le da Mill, el mandato “busca la felicidad” se reduce a “trata de alcanzar lo que deseas”, mandato vacío que no dice nada respecto de deseos antagónicos.

·         Mill parte de la siguiente convicción: una persona educada intelectual y moralmente encuentra más placer (felicidad) en una vida entregada, no a la búsqueda de «placeres egoístas», sino a contribuir –por medio de su trabajo y compromiso– a aliviar los males (causa de sufrimiento) presentes en la sociedad.
Quizá sean pocos lo que nieguen el valor o la verdad de dicha convicción “a nivel teórico” pero, “en la práctica”, la mayoría de las personas no viven de este modo.
Respecto de ello, Mill sostiene que tanto las leyes como la educación tienen que “inculcar” esta convicción en las personas; es decir, tienen que estar “diseñadas” de tal manera que nos ayuden a comprender que nuestra propia felicidad es inseparable de la mayor felicidad del conjunto.
Ahora bien, esto implica –inevitablemente– que la sociedad asuma desde su gobierno y sus instituciones una idea determinada de bien humano lo cual, en “los tiempos que corren” parecería ser algo inaceptable. En el presente, los individuos –marcados de un profundo espíritu liberal– ven como intolerable que desde el estado se “baje línea” respecto de cómo tiene que ser el hombre; se piensa que los valores y normas son algo propio “del fuero interno”. Pero resulta que en el interior de las familias los padres “por temor a coartar la libertad de sus hijos” no les inculcan valores morales, puesto que consideran que es mejor que ellos los elijan por sí mismos, con lo cual, los niños y jóvenes se educan a partir de lo que “ven en la televisión” o de aquello que “predomina en la calle” y eso no suele ser muy instructivo respecto de la necesidad de buscar la propia felicidad como algo inseparable de la felicidad común.


EL PENSAMIENTO MORAL KANTIANO



¿Qué pretendemos afirmar cuando decimos que tal o cual persona –un amigo, un docente, un vecino– tiene buena voluntad para con nosotros?

¿Es posible que alguien que tenga buena voluntad para con nosotros nos haga algún daño?

Kant inicia su reflexión en relación a la moral a partir de la siguiente aseveración:

"nada y incondicionalmente bueno, a excepción de una buena voluntad"

Todos los demás llamados "bienes", la riqueza, la inteligencia, el poder, son –según Kant– "buenos" en la medida en que son bien empleados.
Pero una buena voluntad, aun cuando por diversas circunstancias no pueda llevar adelante sus propósitos; o aun cuando, en la realidad, no lleguen a “concretarse” las consecuencias buscadas a partir de sus acciones, no por ello deja de ser buena.
Podría decirse que mi voluntad es buena cuando, en cada circunstancia concreta, quiere lo moralmente bueno.
En términos Kant llanos más precisos, diremos que la voluntad es buena cuando aspirar a cumplir con su deber moral movida solamente amor al deber.
Es claro que una persona puede cumplir con su deber moral movido por intenciones muy distintas del mero propósito de cumplir con su deber.
Por ejemplo, una persona puede socorrer a otra que necesita ayuda, no a causa de la comprensión de que es su deber moral ayudar siempre –en la medida de sus posibilidades– a toda persona que se encuentra necesitada, sino que puede hacerlo movido por la intención de “sobresalir”, de forma tal que todos lo alaben por su supuesta “generosidad”.

·         ¿Dirían ustedes que la acción de ayudar a un necesitado movido por el propósito de que otros me alaben tiene valor moral?

Complementariamente:
·         ¿qué dirían ustedes de una persona que socorre a otra que se encuentra en situación de necesidad, no a causa de pensar que es su deber moral realizar tal acción, sino porque espontáneamente se siente inclinada a ayudar a los necesitados y encuentra su felicidad en ello?
·         ¿Dirían ustedes que dicha acción posee valor moral?
Por lo tanto: Kant sostiene que carecen de valor moral no solamente las acciones de aquellos que cumplen con su deber movidos por intenciones egoístas, sino también (contrariamente a lo que el sentido común puede evitarnos) las acciones de aquellos que cumplen con su deber, no por amor al deber, sino por espontánea inclinación actuar que dicha forma.
Como se ve, Kant establece un profundo antagonismo entre las acciones realizadas “por deber” y las acciones realizadas “por inclinación” (ya sea esta egoísta o altruista).
Cabe preguntarse:
·         ¿cómo se me hace "presente" el deber?
·         ¿Cómo soy capaz de reconocer aquello que constituye "mi deber"?

Para Kant, el deber se presenta como la obediencia a una ley moral que es universalmente válida para todos los seres racionales –y que los seres racionales, por ser tales, se prescriben a sí mismos. Pero, cabe preguntarse una vez más, ¿cuál es el contenido concreto de esta ley?
Según Kant, la ley moral contendría todos aquellos preceptos morales (en términos kantianos imperativos) que puedo establecer para mí mismo y querer, coherentemente, que sean obedecidos por todos los seres racionales.
La prueba de un auténtico imperativo moral es, según Kant, que puedo universalizarlo, esto es que puedo querer que sea una ley universal.
·         ¿Qué normas morales, según ustedes, deberían ser cumplidas por todos los seres racionales?

El ejemplo más útil de Kant es el del mantenimiento de las promesas. Supóngase que estoy tentado de romper una promesa. El principio según el cual tengo pensado actuar podría formularse así:
"me es posible romper una promesa siempre que me convenga"
¿Puedo querer, coherentemente, que este precepto sea universalmente reconocido y aplicado?
Si todos los hombres actuaran de acuerdo con este principio, es decir, si todas las personas se guiaran en su conducta moral por el principio de que puedan romper sus promesas siempre que eso les convenga, es evidente que la práctica de formular promesas y confiar en esas se desvanecería, pues nadie sería capaz de confiar en las promesas de los demás. Por lo tanto, no podría yo querer, racionalmente (coherentemente), que el principio precedente se transforme en un imperativo moral, o como dice Kant, en un imperativo categórico.
Kant contrapone los imperativos categóricos a los imperativos hipotéticos.
Un imperativo hipotético tiene la siguiente forma:
"debes hacer tal y cual cosa si..."
Asimismo, hay dos clases de imperativos hipotéticos:
·         imperativos hipotéticos de "habilidad".
·         imperativos hipotéticos de "prudencia".
Ejemplo de imperativo hipotético de habilidad: "si quieres ejecutar convenientemente tu instrumento debes practicar todos los días".
Ejemplo de imperativo hipotético de prudencia: "si deseas ser feliz debes amar a tus semejantes" (comentar contraste con la noción aristotélica de felicidad).
Como se ve, el imperativo categórico no está limitado por ninguna condición. Simplemente tiene la forma:
"debes hacer tal y cual cosa" (no porque te resultará placentera; no porque obtendrás un beneficio material concreto al realizarla; debes simplemente hacerla porque es tu deber moral).
Según Kant el ser racional se da a sí mismo los mandatos de moralidad; es decir, de ser racional es autónomo.
Según hemos visto, la ley moral debe ser para Kant completamente invariable. De esta forma, cuando he descubierto un «imperativo categórico» he descubierto una regla que no tiene excepciones.
Veamos el siguiente ejemplo:

“es preciso que regrese a su dueño aquello que se me ha dado un préstamo”
·         ¿Dirían ustedes que dicha máxima constituye un imperativo categórico?
·         ¿dirían ustedes que este imperativo debe cumplirse «invariablemente»?
·         ¿Qué pasaría si me entero de que dicha persona necesita su dinero para comprar un arma y asesinar a otro el que quiere vengarse?
Supóngase que yo le miento y le digo que no tendré el dinero hasta la próxima semana y, a causa de ello, intenta el robar un arma en una tienda y es asesinado por la policía mientras lleva adelante el atraco; ¿sería yo responsable de su muerte?
El análisis del ejemplo precedente pone de manifiesto la complejidad del fenómeno de la moral, pues si bien es cierto que existen preceptos universalmente válidos (necesarios de ser cumplidos por todos y en todo tiempo), incluso dichos preceptos pueden tener "excepciones". Incumbe al hombre «prudente» discernir cuando se trata verdaderamente de un caso de esta naturaleza.

Autonomía del agente moral:

Según Kant el ser racional se da a sí mismo los mandatos de moralidad; es decir, de ser racional es autónomo.
La noción de «autonomía» se contrapone a la de «heteronomía».
Para Kant, un sujeto heterónomo es aquel que se rige por mandatos morales no prescriptos por él mismo sino derivados de la autoridad de otro.
Ejemplo: supongamos que un ser divino (no importa aquí sí real o supuesto) me ordenase hacer algo. Sólo debo hacer lo que ordena si ello que me ordena es justo. Pero, sostiene Kant, si estoy en situación de juzgar por mí mismo si aquello que este ser me ordena es justo no, no necesito entonces un ser divino que me instruya respecto de lo que debo hacer –ello debido a que conozco del "criterio" de lo justo.
Esto lo que ya está en lo que Kant llama autonomía del agente moral. Para Kant, todos ser racional es autónomo, no necesita que venga otro (aunque éste sea un Dios) a decirle lo que tiene que hacer. Kant hace que el individuo sea moralmente soberano, y le permite rechazar todas las autoridades exteriores.
En este punto habría que distinguir entre:
·         ser «autónomo» es para Kant constituirse en "autor" de la ley moral; es decir, ser legislador de aquello que es bueno para mí mismo y para todos ser racional.

·         en contraposición a lo que sostuvo Kant, para Tomás de Aquino el hombre no es "autor" de la ley moral; sino que dispone de una luz intelectual para comprender (y poner en palabras) la ley moral natural inscripta en las cosas.
Pero es evidente que “las cosas” (incluido yo mismo, el resto de los seres humanos y los demás seres en su conjunto) no tienen algo así como un cartel que diga:
“debes tratarme o utilizarme de tal o cual manera”
El “modo moral” que debo tener para conmigo y para con los otros se relaciona con:
·         mi capacidad de comprender la esencia de mi mismo y el resto de los seres
·         mi capacidad para comprender que esta misma esencia se encuentra en todos en una suerte de “estado germinal”.
·         mi capacidad para comprender qué acciones favorecen, y cuáles entorpecen el desarrollo pleno de dicha esencia.
·         mi capacidad para comprender que debo brindar, en la medida de mis posibilidades, a cada uno “su derecho”.
·         Y hay derecho porque hay naturaleza (que preservar y cultivar) y hay mérito (que premiar) –o demérito que castigar.
·         Y naturaleza porque hay «autor de la naturaleza». Él es precisamente el auténtico legislador y nosotros somos "los que ponemos por escrito" (en la ley positiva) su ley inscripta en las cosas.
Cabría preguntarse entonces:
·         ¿por qué un dios revelaría a los seres humanos determinados preceptos morales que ellos pueden conocerlos por sí mismos?
Ocurre que si bien es verdad que todos los seres humanos pueden, en potencia, conocer y comprender los preceptos de la moral; en el estado actual de cosas son muchas las personas que –a causa de las pasiones y sentimientos desordenados– no son capaces de ver claramente el contenido de dicho mandamientos.
Y como este conocimiento es esencial para el pleno desarrollo humano, parece entonces "razonable" que Dios los revele públicamente, de forma tal que todos puedan claramente reconocerlos y asumirlos para sus vidas.
Parece más adecuado (y razonable) "el comportarse moralmente bien, aunque ello ocurra a causa de que «otro» me diga lo que tengo que hacer", que "el no saber cómo comportarse moralmente y, a causa de ello, desinteresarse de los preceptos éticos".

Dios, la felicidad, la inmortalidad y la libertad en el pensamiento moral de Kant:

Si bien para Kant no puede demostrarse la existencia de «Dios» la vida moral se fundamenta, de algún modo, en la presuposición de su existencia. Asimismo también las nociones de «felicidad» e «inmortalidad» encuentran un cierto lugar en su reflexión ética.
·         Dios es aquel que premia con la felicidad una vida consagrada el cumplimiento del deber.
·         La inmortalidad es necesaria porque es manifiesto que en esta vida no siempre los que cumplen el deber son felices.
Los presupuestos no gnoseológicos kantianos nos impiden también conocer nuestra alma y, por ende, el atributo de la libertad propio de la voluntad. Pero es evidente que, sin la presunción de la libertad, ningún pensamiento moral sería posible:
·         atributo de la libertad se pone de manifiesto principalmente en nuestra capacidad de decir “no” a las inclinaciones contrarias al deber moral.

La “negatividad” de la moral kantiana:

Según hemos visto cuando reflexionamos sobre el pensamiento moral de Aristóteles, el estagirita concibió a la ética como una ciencia práctica ordenada el perfeccionamiento moral del hombre. En este sentido, su pensamiento brindaba al hombre no un conjunto de preceptos capaces de indicarle al hombre “lo que no tiene que hacer”. Aristóteles indicó fundamentalmente al hombre como debía educar su carácter para orientar positivamente su vida en una dirección que lo condujese hacia la felicidad. La felicidad se vincula, en el orden práctico, con la vida política. En el orden teórico, con la vida contemplativa. Asimismo, la vida política es una suerte de propedéutica para la vida teorética.
En contraposición, Kant no dice nada respecto de las actividades a las que debemos dedicarnos y a los fines que debemos perseguir, qua hombres. El imperativo categórico se limita a decirnos lo que no debemos hacer: no violar promesas, no mentir, no suicidarse. Así, parece que la moralidad permite cualquier forma de vida que sea compatible con el mantenimiento de las promesas el decir la verdad etc. 
La doctrina moral kantiana nos ofrece una “prueba” para rechazar las máximas propuestas contrarias al deber, pero no nos dice “de donde” hemos de obtener las máximas morales.
Según parece, el pensamiento moral de Kant presupone también que las personas hayan previamente asumido (y ello no podría ya proveerlo la moral, sino que cada uno debería “elegirlo”) un cierto horizonte de fines para su vida.
Puede vislumbrarse como en la concepción kantiana de la moral se prefigura la emergente sociedad individualista y liberal
Para finalizar nuestra exposición, cabe preguntarse si puede pensarse realmente un punto de vista moral “puro” completamente independiente del orden social existente y de concierto ideal moral que dicho orden tiende a alcanzar.