jueves, 29 de julio de 2010

¿PUEDE LA FILOSOFÍA AYUDARNOS A SER FELICES?


Fragmento extraído del libro “Invitación a la Filosofía”, de André Comte- Sponville.

¡Apresurémonos a popularizar la filosofía! (Diderot)

Prólogo (texto adaptado).

Filosofía: la doctrina y la práctica de la sabiduría (no simple ciencia).

Kant.

Filosofar es «pensar por uno mismo»; pero nadie puede lograrlo verdaderamente sin apoyarse en el pensamiento de otros, especialmente en el de los grandes filósofos del pasado. La filosofía no es solamente una «aventura del pensamiento»; es también un «trabajo» que no puede llevarse a cabo sin esfuerzo, sin lecturas, sin herramientas. Los primeros pasos suelen ser arduos y desaniman a más de uno. No hay una edad determinada para filosofar pero los adolescentes, más que los adultos, necesitan ser guiados en esta tarea. ¿Qué es la filosofía? La filosofía no es una ciencia en el sentido que comúnmente se la otorga hoy a esa palabra, no es un saber particular entre otros: la filosofía es un «profundo y radical» ejercicio de reflexión sobre los saberes disponibles. Por eso el saber filosófico no es algo que, fundamentalmente, pueda recibirse de otros, decía Kant: solo podemos aprender a filosofar. ¿Cómo? Filosofando nosotros mismos: preguntándonos por nuestro propio pensamiento, por el pensamiento de los demás, por el mundo, por la sociedad, por lo que la experiencia nos enseña y también por lo que esta nos oculta... Lo deseable es que, durante este camino, demos con las obras de tal o cual filósofo profesional. De ser así, pensaremos mejor, con más fuerza, con mayor profundidad. Iremos más lejos y más rápidamente. Ahora bien, ese mismo filosofo profesional, ese autor que nos guía –añadía Kant– “no hemos de considerarlo como el «modelo del pensamiento», sino simplemente como una ocasión para realizar nosotros mismos un juicio sobre él, o incluso contra él”. Nadie puede filosofar por nosotros. Obviamente, la filosofía tiene sus especialistas, sus profesionales, sus enseñantes. Pero la filosofía no es fundamentalmente una especialidad, ni un oficio de eruditos, ni una disciplina universitaria: es una «dimensión constitutiva de la existencia humana».
Desde el momento en que somos seres dotados de «vida» y de «razón», todos nosotros, inevitablemente, nos vemos confrontados con la tarea de «articular armoniosamente» estas dos facultades. Y ciertamente podemos «razonar sin filosofar» (en las ciencias, por ejemplo), «vivir sin filosofar» (en la ignorancia o en la pasión, por ejemplo). Pero, sin filosofar, no podemos en absoluto «pensar nuestra vida» y «vivir nuestro pensamiento»: la filosofía es precisamente esto, el «esfuerzo por pensar nuestra vida y vivir nuestro pensamiento». La biología jamás enseñará a un biólogo «cómo se tiene que vivir», ni si hay que hacerlo, ni siquiera si hay que ser biólogo. Las ciencias particulares jamás nos enseñaran (al menos propiamente hablando) el valor de la humanidad, ni su propio valor como ciencias. Por eso hay que filosofar: porque hay que reflexionar sobre lo que sabemos, sobre lo que vivimos, sobre lo que queremos y porque, para ello, ningún saber legado por otros nos es suficiente ni nos dispensa de hacerlo.
¿El arte? ¿La religión? ¿La política? Son materias muy importantes, pero también ellas han de ser objeto de reflexión. Sin embargo desde el momento en que se reflexiona sobre alguna de ellas, a poco que esta reflexión adquiera cierta profundidad, se las trasciende, al menos en parte: en ese momento se ha puesto ya un pie en la filosofía. Que, a su vez, la filosofía misma haya de tomarse como objeto de reflexión, es algo que ningún filósofo pondrá en duda. Pero reflexionar sobre la filosofía no es salir de ella, es entrar en ella.

Filosofar es vivir con la razón. Esto indica una dirección, que es la de la filosofía, pero no puede agotar su contenido. La filosofía es un «preguntar radical», la «búsqueda de la verdad total o última» (y no, como en las ciencias, de tal o cual verdad particular); creación de conceptos que nos permitan comprender y explicar la complejidad siempre cambiante de lo real; reflexividad (un volver del espíritu o de la razón sobre sí mismos: pensamiento del pensamiento), reflexión sobre la propia historia y sobre la de la humanidad; búsqueda de la mayor coherencia posible, de la mayor racionalidad posible (es el «arte de la razón», si se quiere, pero que debe necesariamente desembocar en un «arte de vivir»); es, en ocasiones, construcción de sistemas; es, siempre, elaboración de tesis, argumentos, teorías ... Pero la filosofía es también, y quizá fundamentalmente, crítica de las ilusiones, de los prejuicios, de las ideologías. Toda filosofía es una lucha. ¿Sus armas? La razón. ¿Sus enemigos? La ignorancia, el fanatismo, el oscurantismo[1] y ¿Sus aliados? Las ciencias. ¿Su objeto? La totalidad, con el hombre en su seno, o el hombre, pero en el seno de la totalidad. ¿Su meta? La sabiduría: la felicidad, pero en el seno de la verdad. Hay trabajo para rato, como suele decirse; tanto mejor: ¡los filósofos son gente muy dispuesta! En la práctica, los temas de la filosofía son innumerables: nada humano o real le es ajeno. Esto no significa que todos ellos tengan la misma importancia. Kant, en un célebre pasaje de su «Lógica», resumía el ámbito de la filosofía en cuatro preguntas: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me está permitido esperar? ¿Qué es el hombre? «Las tres primeras preguntas se resumen en la Ultima», subrayaba. Pero todas ellas desembocan, añadiría yo, en una quinta pregunta, que es sin duda, filosófica y humanamente, la cuestión principal:

¿Cómo he de vivir?

En cuanto se intenta dar una respuesta inteligente a esta pregunta, se está haciendo filosofía. Y como es imposible evitar planteársela, hemos de concluir que la única forma de sustraerse a la filosofía es la ignorancia. ¿Hemos de filosofar? Desde el momento en que nos planteamos esta pregunta –en cualquier caso desde que intentamos responder a ella con seriedad–, ya estamos filosofando. Esto no significa que la filosofía se reduzca a su propia interrogación, pues también filosofamos, más o menos, bien o mal, cuando nos preguntamos, de forma a la vez «racional» y «radical» por el mundo, por la humanidad, por la felicidad, por la justicia, por la libertad, por la muerte, por Dios, por el conocimiento… ¿Y quién podría renunciar a hacerlo?  

«El ser humano es un animal filosofante: solo puede renunciar a la filosofía renunciando a una parte de su humanidad».

Así pues, hemos de filosofar: hemos de pensar tanto como podamos, y mejor de lo que sepamos. ¿Con qué finalidad? Para lograr una vida más humana, más lúcida, más serena, más razonable, más feliz, más libre... Es lo que tradicionalmente denominamos sabiduría, que sería una felicidad sin ilusiones ni mentiras. ¿Podemos alcanzarla? Jamás por completo, sin duda. Pero esto no impide que la busquemos, ni que nos aproximemos a ella. «La filosofía -escribe Kant- es para el hombre un esfuerzo por alcanzar la sabiduría, esfuerzo que nunca acaba.» Razón de más para ponernos ya a trabajar. Se trata de «pensar mejor para vivir mejor». La filosofía es este trabajo; la sabiduría, este reposo. ¿Qué es la filosofía? Hay tantas respuestas, o casi tantas, como filósofos. Pero esto no impide que dichas respuestas coincidan o confluyan en lo esencial. Por mi parte, desde mis años de estudiante, siento debilidad por la respuesta de Epicuro:

«La filosofía es una actividad que, mediante discursos y razonamientos, nos procura la vida feliz».

Esto es definir la filosofía por su mayor logro (la sabiduría, la beatitud), y, aunque ese logro nunca sea completo, es mejor que encerrarla en sus fracasos. La felicidad es la meta; la filosofía, el camino. ¡Buen viaje a todos!


[1] Defensa de ideas y actitudes irracionales.

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