Trabajo Práctico/ La virtud de la Templanza
I) Parece innegable que existen seres humanos que «arruinan» su propia vida. ¿Quién no ha escuchado decir, en alguna ocasión, “este tipo se arruinó la vida”? Ahora bien, (i) ¿de qué «formas concretas» puede un ser humano destruir su vida? (ii) ¿cuáles pueden ser, según tu opinión, los «motivos» por los que ello sucede?
II) (i) ¿Tienen, en general, los adultos que conoces «paz interior», o suelen más bien vivir “enloquecidos”? ¿Cómo describirías a una persona con «paz interior»? (ii) Todas las personas aspiran a «estar en paz», ¿por qué son muy pocos quienes lo consiguen?
III) ¿Cómo viven de acuerdo a tu opinión los jóvenes su vida sexual? La manera en que se vive la sexualidad ¿puede se influir –negativa o positivamente– en otros aspectos de la vida de una persona?, ¿en cuáles?, ¿de qué manera?
IV) Lee detenidamente el siguiente fragmento; destaca sus nociones principales y luego procura brevemente responder cómo se vincula lo afirmado por el autor con las preguntas debatidas precedentemente
La Templanza: el «orden interior» y la paz del propio espíritu (Fragmento adaptado del libro “Las Virtudes Fundamentales” de filósofo alemán Josef Pieper)
El sentido más inmediato del término templanza es «paz de espíritu». Es claro, no obstante, que no se habla aquí de una «tranquilidad puramente subjetiva». Tampoco se habla de una cierta satisfacción interior como la que podría procurarnos una vida de pequeñas satisfacciones personales, propias de una existencia apacible y materialmente sin sobresaltos. Menos todavía ha de interpretarse la «paz de espíritu» como mera «ausencia de molestias» o falta de pasión interior y sobresaltos en los sentimientos. Todo esto no va más allá de la superficie de la vida psíquica del hombre.
La «paz de espíritu» que se identifica con la Templanza es una cierta calma que invade lo más íntimo y profundo del ser humano; es una paz que es manifestación y fruto de «orden interior de la persona». La meta de la templanza es el orden interno del hombre, pues sólo de ese orden puede fluir la auténtica «paz de espíritu». Así, el hombre que procure adquirir la virtud de la templanza debe entonces trabajar por «poner orden dentro de sí». Y en esta referencia a la «propia persona» se distingue la templanza de las demás virtudes cardinales. La prudencia mira a la realidad del ser su en conjunto (a todas las cosas); la justicia se proyecta hacia el prójimo; quien practica la fortaleza, olvidándose de sí mismo, sacrifica su bienestar y su vida en razón de la justicia. La templanza, en cambio, apunta al propio hombre, significa que el hombre orienta su mirada y su voluntad a lo que él es.
Es un hecho corriente, aunque no por ello menos misterioso, que el «orden interno del hombre» no representa una realidad ya «acabada» y evidente de por sí. Pues si tenemos la valentía de mirar, de manera transparente, dentro de nosotros mismos, reconoceremos que el desorden y los deseos más contradictorios anidan frecuentemente en nuestra alma. Podemos experimentar los más bellos sentimientos junto con las más egoístas pasiones.
De esta forma, las mismas fuerzas (físicas, psíquicas y espirituales) que están llamadas a promover y desarrollar nuestra existencia pueden a menudo perturbar nuestro orden interior e inducirnos a hacer cosas que son contrarias a nuestra dignidad de seres humanos. Precisamente esas fuerzas del ser humano de las que ante todo dependen la propia conservación, afirmación y plenitud son también aquellas fuerzas vitales que pueden –si no son correctamente encausadas‒ llevar a la autodestrucción moral de la persona. Es difícil comprender cómo en ocasiones puede ser uno mismo el que provoque un desorden dentro de sí que redunde en la propia destrucción (Es triste ver como muchas personas se hacen daño a sí mismos y destruyen sus cosas más queridas por no tomar en serio la necesidad de trabajar por poner orden a las propias pasiones –y nadie puede decir aquí «yo estoy libre de caer»). Es importante entonces comprender que nosotros mismos debemos ser los autores y auténticos protagonistas de nuestro propio orden interior ya que las fuerzas vitales que la templanza tiene por misión ordenar pueden ser muy a menudo capaces de perturbar nuestro ánimo.
Si bien es cierto que la virtud de la Templanza tiene como misión el ordenar, según la razón, el «conjunto» de las fuerzas vitales que se manifiestan en nuestro interior, no es menos verdadero que las más potentes de estas pasiones se encuentran íntimamente ligadas a la sexualidad. En este sentido, quienes proponen la adquisición de la virtud de la templanza no consideran que el impulso sexual sea «un mal necesario», sino todo lo contrario, un bien muy importante para el hombre: la satisfacción del instinto natural de la sexualidad y el deseo carnal que de ella se deriva nada tienen de malo, con tal que de que en ellos se preserve el orden de la razón –orden que jamás puede permitirnos tomar a otro ser humano como un «medio» para satisfacer nuestras necesidades; ni tampoco puede permitirnos, aunque haya mutuo consentimiento, el utilizar de forma irrespetuosa el cuerpo del otro.
Desde el aspecto biológico, el apetito sexual es un bien eminente que tiene como finalidad conducir a la procreación de hijos que sigan poblando la tierra. Desde una perspectiva humana, la unión carnal de las personas que se aman (de forma tal que los dos no son ya sino un sólo cuerpo) constituye la expresión más íntima de la comunión espiritual que los vincula. Pues la procreación no es el único y exclusivo sentido del apetito sexual –así como tampoco los hijos son la única y exclusiva razón de existir del matrimonio. De los «bienes» más importantes que produce el matrimonio (no se habla aquí del matrimonio necesariamente religioso) la «comunidad íntima de vida» propia de los esposos –se trata aquí del acompañarse mutuamente en fidelidad a fin de que cada uno pueda desarrollar plenamente «lo mejor de sí mismo»–, constituye uno de los mayores «bienes» a los que puede aspirar el hombre en esta tierra.
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