jueves, 22 de julio de 2010

LA AMISTAD: Una reflexión


Acerca de cómo lavar bien los platos sucios:



Frecuentemente se ha sostenido, en el ámbito propio de la especulación teórica, que la amistad encuentra su fundamento en la coincidencia de dos o más personas en «algo» –puede ser la pasión común por un deporte, un tipo de música, una fe religiosa o una disciplina científica‒ que mutuamente los une y los trasciende (la amistad es concebida como una forma de comunicación existencial y espiritual que «trasciende» a los sujetos que la viven en la medida en que aquello que los acerca es algo diferente de ellos mismos). No obstante, hay muchos que actualmente rechazan esta «forma tradicional» de comprender este vínculo, en razón de que se saben poseedores de «fuertes lazos de amistad» y, sin embargo, no experimentan en su vida «motivación» por cuestión particular  alguna
 

“Yo tengo grandes amigos, tipos de «fierro» con los que no necesito ponerme a charlar cuestión filosófica alguna; simplemente «estamos juntos», compartimos una comida y nos contamos como marchan nuestras cosas. No esperamos recibir del otro «grandes consejos», ni tampoco nos molestamos en darlos: ¿quién puede decir que «la tiene clara» en algo? Eso sí, cuando el otro nos necesita, no importa la hora ni el día, allí estamos. No somos amigos porque nos unió el gusto por la literatura flamenca del siglo XIV, somos amigos porque de pura casualidad una ex- novia nos presentó en un cumpleaños y como yo andaba buscando justamente comprarme una moto, se dio la casualidad que justo él vendía una. Tampoco nos molestamos en preguntarnos en qué se distingue sustancialmente la amistad del amor que uno siente por otras personas: que se yo, con mi mujer me acuesto y con mi amigo evidentemente no; a mis viejos simplemente no le ando contando mis quilombos; con mi hermano resulta medio difícil hablar porque su mujer lo tiene medio dominado”.  


Es evidente que todos tenemos derecho a llamar «amigo» a quien nos plazca. Y verdad es que nadie tiene derecho a postular algo así como una «Teoría oficial de la amistad» que nos imponga, «desde afuera», a quienes debemos llamar amigos y a quienes no. Parece claro también que la mayoría de las personas de hoy no poseen una definida pasión por alguna cosa a la que, digámoslo así, consagren su vida. Por ende, es raro que una amistad pueda, en el presente, fundarse en ese tipo cuestiones.


“Las cartas de la vida están echadas: hay injusticia, enfermedad, inseguridad, fanatismos, odios y, por más que uno dedique enteramente su vida a «algo importante», difícilmente pueda cambiar las cosas. Más vale «pasarla lo mejor posible» y disfrutar de las pocas cosas buenas que nos han dejado. Total, a la corta o a la larga, todos vamos a «ir a jugar al otro lado del patio»”.


No es este el momento de detenernos a debatir si es o no valioso para un ser humano el descubrir alguna actividad (sea un estudio particular, una fe religiosa, un deporte, etc.) en la cual pueda consagrar enteramente su existencia. Importa aquí sobre todo pensar en qué puede sostenerse una amistad en una época en la que nadie cree en que fue creado para «hacer algo en esta vida» y, al mismo tiempo, han perdido «valor» los llamados fines trascendentes (son raras las personas que quieren llegar a ser ‘el mejor médico del mundo’; pocos son los que piensan que la religión ‘sirve para algo’; y con respecto al deporte, lo cierto es que la mayoría fracasa en su intento de volverse una estrella en una disciplina). Quizá –en lo que a la amistad se refiere– lo único que continúe teniendo auténtico sentido es la posibilidad que nos brinda de comunicar y compartir el «yo» de cada uno. No seremos grandes científicos, ni sujetos destacados en el mundo del espectáculo; es probable que nunca hayamos estudiado nada a fondo; aún así, es imprescindible que lleguemos a comprender que nuestro «yo» es irrepetible y que, aún cuando no estemos destinados a cambiar el mundo, tenemos algo importante que comunicar a los otros: somos únicos y única es nuestra forma de ver el mundo. De ahí la necesidad de procurar conocernos, de intentar ser «amigos de nosotros mismos» a fin de descubrir cuántas cosas maravillosas podemos dar a los demás.  Alguien podrá replicar que esto lo podemos hacer no solamente con los amigos, sino también con nuestra pareja y con nuestros más íntimos familiares (o también, por qué no, con quien se nos dé la gana). Bueno quizá ello suceda porque la amistad se fundamenta en un «compartir espiritual del propio ser» (del yo único en el que se encuentra también, aunque no solamente, el amor o la dedicación que podamos tener por una actividad o un estudio concreto) que está llamado a «insertarse» en todas las formas de auténticos amores. Quizá lo más importante sea que no renunciemos a conocernos profundamente a nosotros mismos y que adquiramos la generosidad compartir con quienes amamos la intimidad de nuestra existencia.



“Luego del habitual asado de los miércoles, la mayoría había tenido que abandonar el truco a mitad de camino porque la discusión sobre el partido de  futbol del domingo se había alargado más de lo debido y, al otro día, todos tenían que ir a laburar temprano. Yo, que laburaba de tarde, me ofrecí a quedarme con el dueño de casa a terminar de limpiar los platos.  Eso era lo malo de no invitar a las mujeres –porque cuando ellas están, por más que uno no intente ser machista, siempre alguna se ofrece para acomodar las cosas. Me serví media copa de tinto y junté coraje; luego, mientras manoteaba un repasador de la cómoda, me acerqué a Ezequiel que ya estaba dándole duro a la ‘mortimer’ y no sé porqué le dije que era muy bueno para mí todo lo que compartíamos. Él, hizo como un primer intento mecánico de responderme algo así como que me dejara de ‘boludeses’, pero algo lo obligó a detenerse y me respondió que el juntarse con nosotros era una de esas cosas que le hacían «agradable» la vida. Quizá el tinto y la intimidad en torno a la desgracia (los platos eran muchísimos) hizo que nos soltáramos y habláramos de un montón de cosas de las que teníamos miedo y eran importantes para nuestra vida. Hoy muchos de nuestros compañeros nos cargan porque casi todos los miércoles nos ofrecemos a quedarnos voluntariamente a lavar la vajilla”.

Maximiliano

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