Al igual que las demás ramas de la filosofía, la
filosofía de la ciencia consiste en discusiones interminables sobre problemas que no se pueden resolver.
Por supuesto, no todos están de acuerdo con esta manera de entender la
filosofía: los que proponen alguna solución para un problema filosófico suelen
estar convencidos de que en efecto lo han resuelto. Justamente, uno de los
problemas filosóficos no resueltos es el que se expresa en la pregunta
"¿Qué es la filosofía?" Yo suscribo una concepción de la filosofía
muy difundida según la cual los
problemas filosóficos no son solucionables, esto es, no sólo no se han
resuelto hasta ahora sino que no se pueden resolver. A veces un problema filosófico se torna
solucionable; es lo que sucede cuando los especialistas en el tema se ponen de acuerdo
en cómo hay que tratarlo, en cuál es el método para tratar de resolverlo. Pero,
cuando ocurre esto, el
problema deja de ser filosófico y pasa a formar parte de una disciplina
científica independiente de la filosofía –aunque ésta no es una cuestión
de todo o nada, y algunos problemas se ubican en una difusa zona intermedia. Esta es la diferencia
fundamental entre la ciencia y la filosofía. Para decirlo con la demasiado
célebre terminología de Kuhn, la filosofía se encuentra siempre en el período
anterior al paradigma, y cada vez que el tratamiento de un tema por parte de
los especialistas supera ese estadio, el tema deja de ser filosófico para
convertirse en científico, debido a que, como dice Peter Medawar, "la
ciencia es el arte de lo solucionable." Así, por ejemplo, la pregunta con la que nació la
filosofía occidental, a saber, "¿De qué está hecho el mundo?" pertenece desde hace mucho a la
física. Tal vez no sea éste el mejor ejemplo, ya que se trata de una
parte de la física cuyo límite con la filosofía es borroso. Sea como fuere, lo que hoy consideramos
filosofía y lo que hoy consideramos ciencia nació todo junto, mezclado,
y su separación,
que ni siquiera ahora es completa, se fue produciendo muy lentamente –a medida que los problemas se tornaban solucionables;
todavía el principal libro de Newton se llamó Principios matemáticos de la
filosofía natural. De modo que muchos de los actuales problemas científicos, en disciplinas que
van desde la física hasta la ciencia política, fueron antes problemas filosóficos.
Algunos dudan de que un problema insolucionable
pueda convertirse en solucionable; piensan que si ahora es solucionable,
entonces lo fue siempre, o bien que no es en realidad el mismo problema, aunque
a primera vista pueda parecerlo. Creo que, para los fines de este trabajo, la
objeción admite una respuesta sencilla, a saber: hay dos clases de insolucionabilidad, la absoluta y la
relativa. Los problemas absolutamente insolucionables nunca se vuelven
solucionables; los
relativamente insolucionables, sí, al cambiar ciertas condiciones. Este
cambio en las condiciones no acarrea necesariamente ningún cambio en la
formulación del problema, que puede muy bien seguir siendo el mismo. Problemas filosóficos hay de las
dos clases: los que nunca se tornan solucionables y los que sí, con lo cual
dejan de ser filosóficos y se convierten en problemas científicos.
Por supuesto, los problemas filosóficos no se vuelven solucionables de
golpe. Se trata de procesos largos, con etapas intermedias durante las cuales
es posible tener la fundada impresión de que los datos empíricos son capaces de
influir en la discusión filosófica. Pero me parece que se equivocan los que defienden
que todos los problemas filosóficos, en cualquier etapa de su
historia, pueden ser
resueltos por la investigación científica. Desde luego, uno puede hacer
verdadera esta última afirmación decidiendo que los problemas no solucionables son en realidad seudoproblemas
de los cuales no vale la pena ocuparse. Pero esta maniobra constituye una
petición de principio en contra de la filosofía. Por otra parte, algunos
problemas filosóficos,
por ser demasiado básicos
y generales, nunca se tornan solucionables; esto es lo que ocurre, por
ejemplo, con la cuestión de si hay un mundo externo.
Si la filosofía tiene estas características, no es fácil ver qué
utilidad puede tener, esto es, qué servicios puede prestar fuera de ella
misma. Ahora se habla de filosofía aplicada, y en particular de ética aplicada,
pero yo no he logrado entender de qué se trata. Por supuesto, es posible aplicar una teoría
filosófica, pero no es posible aplicar una rama entera de la filosofía si en
ella hay teorías que rivalizan sobre los fundamentos mismos de la disciplina;
dicho de otro modo, es
posible aplicar una propuesta de solución, pero no una discusión abierta sobre
un problema no resuelto. La diferencia entre esas dos cosas está muy
bien expresada en esta observación de Kuhn: "Cuando digo que la filosofía
no ha progresado, no quiero decir que no haya progresado el aristotelismo;
quiero decir que todavía hay aristotélicos." La frase citada no se refiere
a la aplicabilidad sino al progreso, pero en el presente contexto ambas
cuestiones son enteramente análogas: cuando digo que la filosofía no es aplicable, no quiero decir que no
sea aplicable el aristotelismo.
¿Y por qué participar en discusiones interminables sobre problemas
que no se pueden resolver? Por varias razones. En primer lugar, a algunos les gusta, y,
dentro de ciertos límites, todo el mundo tiene derecho a hacer lo que le gusta.
Como dice Tarski, "la cuestión del valor de una investigación cualquiera
no puede contestarse adecuadamente sin tener en cuenta la satisfacción
intelectual que producen los resultados de esa investigación a quienes la
comprenden y estiman." En segundo término, la filosofía cumple una función crítica con respecto a
todas las pretensiones de conocimiento, función crítica que en algunos
casos resulta útil: "Es preferible –decía Bertrand Russell– una
incertidumbre fundada a una certidumbre infundada". No creo que esto se
aplique a todas las situaciones: en la vida cotidiana, dar por sentada la
existencia de objetos externos parece más práctico que ponerla en duda. Pero en algunas situaciones resulta
útil cuestionar certezas, por ejemplo, certezas políticas-aunque más no
sea porque siempre se asesina en nombre de certezas, nunca en nombre de dudas,
y el filósofo es, ceteris paribus, el mejor entrenado de los cuestionadores (tal vez
sea esta actividad de cuestionamiento lo que algunos llaman "filosofía
aplicada"). Y, tercero, a veces los problemas filosóficos se tornan, como
ya se dijo, solucionables, y la discusión filosófica cede el lugar a una
especialidad científica. En estos casos, como dice Keith Lehrer, "la filosofía pierde
algunos de sus temas de estudio a causa de su propio éxito."
A la filosofía de la ciencia lo que se le suele
exigir es que le resulte útil a la ciencia, cosa que sólo sería posible si
algún problema epistemológico (empleo la palabra "epistemología" como
sinónima de "teoría del conocimiento científico," o incluso de
"filosofía de la ciencia") se hubiera resuelto. Algunos creen que, en
efecto, esto ha ocurrido. Así, por ejemplo, los partidarios de la llamada
concepción estructuralista de las teorías científicas están convencidos de
haber resuelto un problema epistemológico, el expresado por la pregunta
"¿Qué es una teoría científica?" y entonces se dedican a aplicar la
solución que supuestamente han encontrado, esto es, a reconstruir teorías
científicas de la manera que a ellos les parece correcta, en vez de seguir
participando en discusiones sobre este y otros problemas epistemológicos,
actividad que suelen considerar más bien inútil. De acuerdo con la
caracterización de la filosofía antes esbozada, hay al respecto dos
posibilidades: o bien están equivocados, y entonces la discusión filosófica
acerca de qué es una teoría científica no ha terminado, o bien tienen razón, en
cuyo caso lo que ellos hacen ya no es filosofía de la ciencia sino una nueva
especialidad científica, posibilidad esta última que probablemente no les
disguste.
Esta diferencia entre ciencia y filosofía no es un capricho
terminológico; se trata de actividades
distintas, que requieren vocaciones también distintas. Para decirlo de
nuevo con el servicial léxico de Kuhn, una cosa es ser un investigador "normal," que se dedica
a resolver problemas, y otra cosa muy distinta es participar en discusiones
interminables sobre temas que se encuentran en un estado permanente de
"crisis" (o de "preciencia," lo que para el caso es
lo mismo). La mayor parte de los que desarrollan alguna actividad teórica
prefieren, muy razonablemente, lo primero, y entonces optan por dedicarse a la
ciencia. A una minoría, en cambio, las interminables discusiones filosóficas le producen un placer
intelectual difícil de explicar. Y no son pocos los que, dedicándose a
la filosofía debido a un
error vocacional, se ubican en una categoría mixta: tienen la necesidad psicológica de desarrollar una actividad
"normal" y se
impacientan frente a discusiones que no terminan y problemas que no se
resuelven, pero se ocupan
de problemas filosóficos. Estos últimos suelen resolver el conflicto mediante una mezcla indebida
de ambas cosas: cada vez
que se convencen de algo se sienten absolutamente seguros de haber resuelto el
problema respectivo, y son, así, filósofos llenos de certezas y con pocas dudas.
Manuel
Comesaña
Universidad Nacional de Mar del Plata
Universidad Nacional de Mar del Plata
Responde por escrito en tu
carpeta:
1) ¿Cómo entiende el
autor a la disciplina filosófica?
2) ¿Cuándo se «torna
solucionable» un problema filosófico? ¿Qué acontece entonces con dicho
problema? ¿Cuál es la diferencia fundamental entre filosofía y ciencia?
3) ¿Qué clases de
problemas filosóficos existen?
4) ¿Qué aspectos de
la filosofía resultan aplicables?
5) ¿Cuál es entonces
la función de la filosofía? ¿Para qué está mejor entrenado el filósofo?
6) ¿Quiénes serían
los investigadores que se ubican en una categoría «mixta»?