lunes, 27 de septiembre de 2010

EL HOMO VIDENS


La adicción televisiva (fragmento adaptado)

“Con gran satisfacción acabamos de leer un libro recién aparecido del escritor italiano Giovanni Sartori, que lleva por título Homo videns. La sociedad teledirigida. Impresionados por dicha lectura, he­mos resuelto dedicar uno de los capítulos del pre­sente ensayo al influjo de la televisión en el hombre de hoy, compendiando las reflexiones del autor.
La tesis de fondo es que el video está produ­ciendo una enorme transformación merced a la cual el homo sapiens, producto de la cultura oral y escrita, se va convirtiendo en homo videns.
En adelante pareciera que la vida toda encuen­tra su centro en la pantalla, y ello en detrimento de la palabra. Ello no significa que la palabra se contraponga necesa­riamente a la imagen. Si se integraran bien, si la imagen enriqueciera la palabra, se trataría de una síntesis armoniosa. Pero no es así. El número de los que leen está decayendo sensiblemente, en aras de la pantalla televisiva. Tanto en Italia como en España un adulto de cada dos no lee ni siquiera un libro por año. En los Estados Unidos, en el año 1954, las familias veían tres horas de televisión al día y en 1994 más de siete horas diarias. "Siete horas de televisión más nueve horas de trabajo (in­cluyendo los trayectos), más seis o siete horas para dormir, asearse y comer suman veinticuatro horas: la jornada está completa". La imagen no contri­buye a explicar la realidad de las cosas, y por ello no hay integración entre el homo sapiens y el ho­mo videns, sino sustracción, ya que el acto de ver está atrofiando la capacidad de entender.
Conviene explayarnos en la significación de esta dicotomía. Muchas palabras no tienen corre­lato alguno en cosas visibles, su contenido resulta intraducible en forma de imágenes. Por ejemplo las palabras nación, justicia, Estado, generosidad. Es cierto que algunas de ellas pueden ser de algún modo expresables en imágenes, pero sólo de ma­nera empobrecida. Por ejemplo, la idea de felicidad en un rostro que denota alegría, la de libertad en un preso que sale de la cárcel. Todo el saber del homo sapiens se desarrolla en el círculo del «mundo inteligible», hecho de conceptos y de juicios, muy distante del «mundo sensible», el mundo que perciben nuestros sentidos. Cuando la televisión suple la lectura, las imágenes comienzan a “ganar terreno” en nuestra interioridad y se atrofia nuestra capacidad de discurrir conceptualmente; de este modo se empobrece la capacidad de abs­tracción y con ella la capacidad de entender. De por sí, la imagen podría tener un gran valor inteligi­ble, como sucede en el ámbito de los «iconos sagrados», don­de el espectador, al contemplarlos, "lee" un conte­nido doctrinal, que va mucho más allá de la estéti­ca sensible. Pero no sucede así en las imágenes de la televisión, tan pobres en su capacidad de re­flejar algo inteligible o trascendente.
Nos parece un acierto del autor el querer confir­mar su tesis recurriendo a una idea de Emst Cassirer, quien califica al hombre de "animal simbólico" o también de animal loquax, animal que habla, con lo que alude a una tendencia profunda del ser humano, la creación de símbolos. Para Cassirer, el idioma, el arte y la religión forman parte del entra­mado simbólico propio de toda cultura que merez­ca el nombre de tal. Pues bien, escribe Sartori, la comunicación de ideas, que ca­racteriza al hombre como animal simbólico, se rea­liza especialmente en y con el lenguaje. Tanto los conceptos como los juicios que tenemos en la men­te no son visibles sino inteligibles, y a lo largo de la historia se han ido transmitiendo primero por la expresión oral y luego por la escrita. La relativa­mente reciente aparición de la radio aportó un nuevo medio de comunicación, pero que no me­noscabó la naturaleza simbólica del hombre, ya que la radio "habla", difunde ideas con palabras, a semejanza de los libros, periódicos y teléfonos. En cambio la llegada de la televisión, a mediados de nuestro siglo, produjo una «revolución copernicana», haciendo que el «ver» prevaleciera cada vez más sobre el «oír». Es cierto que también en la televisión hay palabras, pero sólo están para comentar las imá­genes. Y, en consecuencia, el telespectador es más un animal vidente que un animal simbólico.
Confirmando lo que nos dice Sartori, tanto en los colegios como en las universidades los profeso­res coinciden en advertir en sus alumnos un retro­ceso muy notable en su capacidad de atención, de memoria, de intuición, de juicio, en una pala­bra, un descenso muy generalizado de la concen­tración y de la madurez intelectual57, ¿Será ello el resultado del encandilamiento que produce la tele­visión? Keraly trae a colación el recuerdo de los prisioneros de la caverna de Platón: encadenados en la oscuridad, sin ulteriores horizontes, no dudan ni pueden dudar de encontrarse en presencia del único mundo real. Si Platón hubiese podido cono­cer las virtualidades del universo televisivo, ¿habría tenido necesidad de forjar la alegoría de la caver­na?
El imperialismo de la imagen va demoliendo el reino de la palabra y de la inteligencia, con el consiguiente acrecentamiento de la estupidez y de la necedad. He aquí el cuadro que pintaba Rene Huyghe, a fines de la década del 60: "Ya no somos hombres de pensamiento, hombres cuya vida inte­rior se nutre en los textos. Los choques sensoriales nos conducen y nos dominan; la vida moderna nos asalta por los sentidos, por los ojos, por los oí­dos... El ocioso que, sentado en su sillón, cree relejarse, hace girar el botón que hará estallar en el silencio de su interior la vehemencia sonora de la televisión, a menos que haya ido a buscar en una sala oscura los espasmos visuales y sonoros del ci­ne. Un prurito auditivo y óptico obsesiona, sumer­ge a nuestros contemporáneos. Esto ha implicado el triunfo de las imágenes. Son el centro del hom­bre; ellas tienen la misión de  despertar y dirigir la atención y, en la publicidad, el deseo del hombre. Además, su­plantan a la lectura, en el papel que le estaba des­tinado para nutrir la vida moral. Pero en lugar de presentarse al pensamiento como una «oportunidad para la reflexión», pretenden violentarlo, imprimirse en él por una proyección irresistible... La prolife­ración de la imagen, como instrumento de infor­mación, precipita la tendencia del hombre moder­no a la pasividad... Incapaz de reflexión y de con­trol, registra y sufre una especie de hipnotismo lar­vado".
Para Sartori la aparición de la imagen televisiva y la consiguiente adicción de quienes la frecuentan, señala un hito crucial en la historia. Así como se dice que nos encontramos en la post-modernidad, podemos afirmar que estamos ya en la edad del post-­pensamiento. Se podrá objetar que la televisión informa, y ello, al parecer, es algo conceptual. Sin embargo no es lo mismo información que cono­cimiento. Informar es dar noticias. Uno puede estar muy informado de muchas cuestiones y, sin em­bargo, no comprenderlas. Además, buena parte de esas informaciones son frívolas, carentes de rele­vancia, o sólo agradables a la vista. Sartori llega a decir que a diferencia de los medios de comunicación anteriores, radio incluida, la televisión destruye más saber y más conocimiento del que transmite.
No hace mucho, nuestro autor dijo en una en­trevista, que a su juicio los antiguos campesinos griegos, aunque fuesen analfabetos, le parecían más civilizados que los televidentes modernos. Aquéllos se dejaban guiar por los viejos proverbios, que des­tilan sabiduría. No estaban, por cierto, "informados", pero ello no es tan necesario como se piensa. De hecho, para la mayor parte de nuestros contempo­ráneos, la información ha venido a ser un fin en sí misma, reemplazando el conocimiento y la sabi­duría. Viene acá al recuerdo la terrible imprecación de Péguy, en un mundo en que el periodismo no hacía sino el aprendizaje de su poder sobre las al­mas: "Todo hombre moderno es un miserable pe­riódico. Y ni siquiera un miserable periódico de un día. De un solo día. Sino que es como un mise­rable viejo periódico de un día sobre el cual, sobre el mismo papel, todas las mañanas se imprimiera el periódico de ese día. Así nuestras memorias mo­dernas, no son jamás sino desdichadas memorias estropeadas, desdichadas memorias echadas a per­der". Sea lo que fuere del dicho de Péguy, lo cierto es que la televisión puramente informativa contri­buye a la masificación generalizada. Jean Baudrillard lo dijo no sin ingenio: "La información, en lu­gar de transformar la masa en energía, produce todavía más masa".
Sartori da un paso más. Muchas veces, escribe, la gente se lamenta de la televisión porque estimula la violencia y el desenfreno sexual. Ello es verdad. "Pero es aún más cierto y aún más importante en­tender que el acto de telever está cambiando la naturaleza del hombre; esto es lo esencial, que hasta hoy día ha pasado inadvertido a nuestra atención".
Afirmación atrevida, por cierto, pero no fácil­mente rebatible. Porque, según dice más adelante, la televisión no es sólo un medio de comunicación. Es también, a la vez, una paideia, una verdadera enseñanza, que genera un nuevo tipo de hombre, un nuevo tipo de ser humano. Como si dijéra­mos que este instrumento que hemos inventado, en cierto modo se nos ha escapado de las manos, y ahora nos domina. Introduciéndose en los hoga­res, y siendo tan frecuentado ya por los chicos, desde los primeros años de la vida, está creando un "video-niño", un novísimo ejemplar de ser hu­mano "educado" frente a una pantalla, incluso an­tes de saber leer y escribir65. En la práctica, la tele­visión es la primera escuela del niño o, al decir de nuestro autor, "la escuela divertida que precede a la escuela aburrida". El niño es como una esponja que se deja impregnar por lo que ve en la pantalla, incapaz aún de juicio crítico personal, lo que lo va reblandeciendo e incapacitando para luego poder leer y poder discernir. Cuando este niño se haga adulto será alérgico a los libros, porque aun entonces responderá a estímulos casi exclusivamen­te audiovisuales. Trátase de una "cultura de la incul­tura", lo que implica atrofia y pobreza mental.
Un aspecto no desdeñable es el influjo de la televisión en el seno de la familia. De hecho, la te­levisión hace poco menos que imposible la comu­nión familiar. ¿Cómo ver al otro mientras miro el aparato? Se ha dicho que el amor es "mirar juntos en la misma dirección". Pero ¿acaso logra eso la televisión? Mientras se la mira, toda interferencia, todo intento de decir una palabra al margen de lo que se ve parece una insolencia, poco menos que un golpe de Estado. Pueden, pues, estar reunidos sus miembros en torno a la pantalla, pero no por eso hay menos lo que Sartori llama una "soledad electrónica". A ello contribuye el hecho de que con frecuencia el interés se traslada a sucesos o perso­nas lejanas, de modo que el televidente se va convirtiendo en un ciudadano global, ciudadano del mundo, dispuesto a apasionarse por causas to­talmente remotas y hasta descabelladas. Dicha comunión con lo remo­to fomenta a veces el desinterés por las cosas más cercanas, por la propia familia, justamente en una sociedad caracterizada por el desarraigo.
Resultan muy interesantes las reflexiones que dedica nuestro autor a lo que llama "la video-politica", sobre todo en los sistemas liberal-democrá­ticos. El papel de la televisión se vuelve allí protagónico, ya que el pueblo "opina" sobre todo en función de cómo la televisión le induce a opinar. "Y en el hecho de conducir la opinión, el poder de la imagen se coloca en el centro de todos los procesos de la política contemporánea". Aclara Sartori que no es lo mismo "opinión" que "conoci­miento". La opinión es un parecer subjetivo, una convicción frágil y voluble, para la cual no se re­quieren pruebas. Otro aspecto de la ingerencia de la televisión en este campo es lo que el autor llama "la emotivización de la política", es decir, una polí­tica dirigida por episodios emocionales, que en­cienden los sentimientos, determinándose así la de­cisión electoral. "El saber es logos (palabra, razón, pensamiento) -escribe-, no es pathos (uso de los sentimientos humanos para «afectar» el juicio), y para administrar la ciudad política es necesario el logos. Y aun cuando la palabra puede también inflamar los ánimos (en la radio, por ejem­plo), la palabra produce siempre menos conmo­ción que la imagen. Así pues, la cultura de la ima­gen rompe el delicado equilibrio entre pasión y ra­cionalidad".
"Es falso que la televisión se limite a reflejar los cambios que se están produciendo en la sociedad y en su cultura -escribe Sartori-. En realidad, la televisión refleja los cambios que promueve e inspira a largo plazo". En las elecciones italianas de 1994 se calculó que tres o cuatro millones de electores estaban tele­guiados. Muchas veces la gente vota por las "caras" de los candidatos, si son o no telegénicos. Más que contenidos doctrinales los candidatos ofrecen es­pectáculos impactantes. Lo esencial es el espectá­culo, lo doctrinal es añadidura. De Berlusconi se dice que consiguió una cuarta parte de los votos italianos sin ningún partido que lo respaldase; el respaldo fue su propio imperio televisivo. La «video-elección» da origen a la «video-política». El video-de­pendiente se conjuga con el sondeo-dependiente.
El poderoso influjo de la televisión para modelar al hombre de nuestro tiempo, trae al recuerdo aque­lla novela satírica y futurista de Aldous Huxley, Un mundo feliz. Por lo que parece, afirma Sartori, se va creando un "brave new world" electrónico. El poder pasará, a través de los ordenadores, al Gran Hermano electrónico. Pero dichos ordena­dores no serán entes abstractos, sino máquinas uti­lizadas por personas de carne y hueso, ni el Gran Hermano será impersonal sino "una raza patrona de pequeñísimas élites, de tecno-cerebros alta­mente dotados, que desembocará en una «tecno­cracia convertida en totalitaria» que plasma todo y a todos a su imagen y semejanza".
Como lo hemos señalado, el hombre ha que­dado preso de la máquina que él mismo descubrió. Recuerda nuestro autor aquellos preanuncios de Francisco Bacon en su Nueva Atlántida, donde el filósofo inglés soñaba con un paraíso de la técnica y con un regnum hominis en que el saber científico le comunicaría al hombre el poder de dominar la naturaleza. En realidad, ello se ha cumplido. Pero dicha era está en su ocaso. "Ya no tenemos un hombre que «reina» gracias a la tecnología inventa­da por él, sino más un hombre sometido a la tecno­logía, dominado por sus máquinas. El inventor ha sido aplastado por sus inventos".
Sartori no anda con vueltas: los medios televisivos son administrados por la sub-cultura, por personas sin cultura. "Han sido sufi­cientes pocas décadas para crear el pensamiento insípido, un clima cultural de confusión mental y crecientes ejércitos de nulos mentales". Trátase, en el fondo, de un retorno a la barbarie. Nuestro autor recuerda la tesis de Juan Bautista Vico, en su obra Ciudad Nueva, donde dicho filósofo afirmaba que la historia está dividida en tres edades, la pri­mera de las cuales era a sus ojos como una socie­dad de "horribles bestias", desprovistas de capaci­dad de reflexión, pero dotadas de sentidos vigoro­sos y de enorme fantasía. Para Sartori, Vico profeti­zó el hombre actual. "El hombre del post-pensamiento, incapaz de una reflexión abstracta y analítica, que cada vez balbucea más ante la demostración lógica y la deducción racional, pero a la vez fortale­cido en el sentido del ver (el hombre ocular) y en el fantasear (mundos virtuales), ¿no es exactamen­te el hombre de Vico? Realmente se le parece".
Tales son los principales hallazgos que hemos encontrado en este libro tan interesante. Se podrá no coincidir en todas sus aseveraciones, pero es innegable que sus intuiciones resultan esclarecedoras. ¿Qué hacer entonces?, se pregunta Sartori. La irrupción de la televisión y la tecnología multi­media es algo inevitable. Pero por el hecho de ser­lo, no debe aceptarse a ciegas y sin discernimiento. También la polución es inevitable, y sin embargo no dejamos de combatirla. Se trata de remontar la corriente, intentando el retorno desde la incapa­cidad de pensar (el post-pensamiento) al pensamien­to, lo que será imposible si no defendemos a ultran­za la lectura, el libro, es decir, la cultura escrita”.

Alfredo Sáenz, en El hombre Moderno.

Actividades:

I) a) Confecciona una lista de las «palabras-clave» que aparecen en el fragmento/ b) Intenta conjugar dichas palabras en una suerte de «mapa conceptual» en el que se ponga de manifiesto la mutua dependencia de las ideas propuestas.

II) Según tu opinión, ¿cuáles pueden ser los motivos por lo que, en general, las personas “prefieren” encender la tele antes que ponerse a leer un libro o procurar conversar armónicamente con los miembros de su familia? (¿por qué la palabra «prefieren» está puesta entre comillas en la pregunta precedente?)

III) Es evidente que la «cultura de la imagen» fue ganando protagonismo en la instrucción formal de los jóvenes impartida en las escuelas. Ahora bien, ¿qué valoración otorgarías tú a dicha «inserción» de la imagen en un ámbito esencialmente dedicado a la maduración de la vida del pensamiento? (justifica)  

IV) ¿Qué cosas «concretas» podríamos hacer para que «lo que vemos» contribuya al florecimiento –y no al atrofio– de nuestra formación humana?

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