Otra peculiaridad del hombre de hoy es su in¬serción en la masa, hasta el punto de volverse en muchos casos «hombre-masa». Conocemos el nota¬ble libro de Ortega y Gasset, La rebelión de las masas, con muchas inteligentes observaciones que para la exposición de este tema tendremos en cuenta. Empalmando con lo que acabamos de tratar, el autor español afirma que está triunfando una forma de homogeneidad bien llamativa, "un tipo de hombre hecho de prisa, montado nada más que sobre unas cuantas y pobres abstracciones y que, por lo mismo, es idéntico de un cabo de Eu¬ropa al otro".
En rigor, prosigue reflexionando Ortega, la masa puede definirse como un «hecho psicológico». Cuando conoce¬mos a alguien podemos saber si es de la masa o no. El ser de la masa en nada depende de la per-tenencia a una clase social determinada. Dentro de cada clase hay siempre masa y minoría au¬téntica. No es raro encontrar en la clase media y aun baja, personas realmente selectas. Pero lo ca¬racterístico de nuestro tiempo es el predominio –aun en los grupos más distinguidos como los inte¬lectuales y los artistas– de la masa. Por tanto la palabra «masa» no designa aquí una clase social, sino un modo de ser hombre que se da hoy en to¬das las clases sociales, y que por lo mismo repre¬senta a nuestro tiempo.
Tratemos de penetrar en las características del hombre masificado. ¿Qué es la masa? Lo que vale por su peso y no vale sino por su peso; una reali¬dad que se manifiesta más por ausencias que por presencias: ausencia de formas y de colores, ausen¬cia de cualidades, pura cantidad sin forma. Y así podemos de¬cir que, en el campo social, la masa se da cuando un grupo de personas se agolpan en base a idénticos sentimientos, ideas, actitudes, perdiendo, en razón de aquella vincula¬ción, su personalidad, convirtiéndose en un conglomerado de individuos uniformes e indistintos.
Pfeil distingue dos tipos de masificación. La pri¬mera, que se podría llamar «transitoria», se da cuan¬do los hombres «por algunos momentos» pierden su facultad de pensar libremente y de tomar decisio¬nes, adhiriendo al conglomerado, lo que les puede acontecer, si bien sólo en ocasiones, incluso a gente con personalidad. Pero esta no es la masificación que ahora nos interesa. Principalmente nos referi¬mos al segundo tipo de masificación, al que alude Pfeil, o sea la masificación «crónica», que se realiza cuando la gen¬te pierde de manera casi habitual sus características personales, sin preocuparse ni de verdades, ni de valores, asociándose a aquel conglomerado homogéneo de que hemos hablado, conjunto unifor¬mado de opiniones, de deseos y de conductas.
El hombre masificado es un hombre gregario, que ha renunciado a la vida autónoma, adhiriéndose gozosamente a lo que piensan, quieren, ha¬cen u omiten los demás, el hombre masificado se encuentra cómodo al sa¬berse idéntico a los demás. Es el hombre de la ma¬nada. No analiza ni delibera antes de obrar, sino que adhiere sin reticencias a las opiniones que prevalecen en su grupo. Es un hombre sin carácter, sin conciencia, sin libertad, sin riesgo, sin responsabilidad. Dispuesto a dejarse nivelar y uniformar, se adapta totalmente a los demás tanto en el modo de vestir y en las costumbres cotidianas, como en las convicciones económicas y políticas, y hasta en sus apreciaciones artísticas, éticas y religiosas. En resumen: la conducta masificada es la renuncia al propio yo. La incorporación a la masa confiere al hombre cierta seguridad material, intelectual y moral. El individuo no tiene ya que elegir, decidir, o arriesgarse por sí mismo; la elección, la decisión, y el riesgo se colec¬tivizan.
No carece de relación con lo que estamos tra¬tando el análisis que nos ha dejado Ortega acerca de la degeneración que en el vocabulario usual ha sufrido una palabra tan digna de estima como la palabra "nobleza". Actualmente se la entiende co¬mo un honor meramente heredado. No se la entendía así en la sociedad tradicional. Se llamaba "noble" al que, superándose a sí mismo, sobresalía del anonimato, por su esfuerzo o excelencia. Ortega se pregunta si dicha minusvaloración o descrédito de la palabra "nobleza" no será uno de los “logros” del hombre-masa. Sea lo que fuere, el hecho es que antes la nobleza guiaba a la sociedad.
Las personas nobles se distinguen de las masificadas en que se exigen más que los otros, asumiendo obligaciones y deberes, mientras que éstas, creyendo que sólo tienen derechos, nada se exigen, limitándose a exigir de los demás.
El hombre-masa es el hombre que se ha perdido en el anonimato del "se": ya no es Juan quien afir¬ma sino que "se dice", no es Pedro el que piensa sino que "se piensa"...; cuando alguien nos dice "se comenta que...", quien nos habla esconde su responsabilidad tras ese "se". En su libro El ser y el tiempo, Heidegger le hace decir al hom¬bre-masa: "Disfrutamos y gozamos como «se» go¬za; leemos, vemos y juzgamos de literatura como «se» ve y juzga; encontramos indignante lo que «se» considera indignante". Es lo que Hei¬degger llama man, "se", "uno", en alusión a ese ser informe, sin nombre ni apellido, que está por doquier.
Tal parecería ser la peculiaridad principal del hombre-masa: la despersonalización. Porque si lo propio de la persona es su capacidad para emitir juicios, gustar de lo bello, realizar actos libres, nada de esto se encuentra en el hombre de masas. Con lo que volvemos a la primera nota que hemos en¬contrado en nuestra descripción del hombre de hoy: su ausencia de interioridad. El hombre de ma¬sa no tiene vida interior, aborrece el recogimiento, huye del silencio; necesita el estrépito ensordece¬dor, la calle, la televisión. A veces deja encendida todo el día una radio que no escucha, acostumbra¬do a vivir con un fondo de ruido. Vacío de sí, se sumerge en la masa, busca la muchedumbre, su calor, sus desplazamientos.
El indi¬viduo, vuelto cosa, se convierte en un objeto dúctil, un ser informe y sin subjetividad, cifra de una serie, dato de un problema, materia por excelencia para encuestas y estadísticas que hacen que acabe final-mente por pensar como ellas, inclinándose siempre a lo que prefieren las mayorías. Por eso el hom¬bre-masa es un hombre fácilmente maleable, arcilla viva, pero amorfa, capaz de todas las transforma¬ciones que se le impongan desde afuera. Nada mejor para los políticos sin conciencia que una sociedad así domesticada, fácilmente dominable mediante las refinadas técni¬cas que permiten captar sus aspiraciones, y sobre todo a través de los medios de comunicación, cuya propaganda en todas sus formas constituye el principal alimento del hombre despersonalizado.
Cuando criticamos la disolución del individuo en la masa, en modo alguno queremos alabar, por contraste, el individualismo de tipo liberal, que se opone a la debida inserción del hombre en la socie¬dad. Pero no es lo mismo grupo que masa. Pueblo y multitud amorfa, o, como suele decirse, masa, son dos conceptos diferentes. El pueblo vive y se mue¬ve por su vida propia; la masa es de por sí inerte y sólo puede ser movida desde afuera. El pueblo vive de la plenitud de vida de los hombres que lo componen, cada uno de los cuales, en su propio puesto y según su manera propia, es una persona consciente de su propia responsabilidad y de sus propias convicciones. La masa, por el contrario, espera el impulso del exterior, fácil juguete en ma¬nos de cualquiera que explote sus instintos o sus impresiones, presta a seguir sucesivamente hoy es¬ta bandera, mañana otra distinta". El hombre que no integra un pueblo, fácilmente se disuelve en el anonimato de la masa, buscando en ella co¬mo una pantalla que le permite vivir eludiendo res¬ponsabilidades. En el pueblo, el hombre conserva su personalidad. En la masa, se diluye.
Lo peor es que al hombre masificado le hacen creer que por su unión con la multitud es alguien valioso. La masa así "agrandada" pasa a ocupar el escenario, instalándose en los lugares preferentes de la sociedad. Antes existía, por cierto, pero en un segundo plano, como telón de fondo del acon¬tecer social. Ahora se adelanta, es el personaje pri¬vilegiado. Ya no hay protagonistas, sólo hay coro. Más todo ello es pura apariencia. Porque de hecho sigue habiendo protagonistas, pero ocultos, que le hacen creer al coro su protagonismo.
El hombre gregario, cuando está sólo, se siente poca cosa, pero cuando se ve integrando la masa que vocifera, se pone furioso, llegando a veces al desenfreno. Nunca hubiera obrado así como persona individual. Cabría aquí tratar del carácter que va tomando el fútbol, un gran negocio montado para las multitudes masificadas. Es un fenómeno digno de ser estudiado, que parece incluir la pérdida de la identidad personal, y en sus exponentes más extremos, los «barra brava», la disposición a matar o morir, por una causa que está bien lejos de merecer tal disposición. El sentir¬se arrollado por la multitud es experimentado co¬mo un sentirse respaldado y fortalecido, lo que contribuye a suprimir los frenos morales, acallando todo sentido de responsabilidad.
Alfredo Saenz, El Hombre Moderno.
Actividades:
I) Destaca las nociones principales del fragmento.
II) Aun cuando estuvieses plenamente de acuerdo con lo afirmado por el autor, procura asumir el papel de abogado del hombre contemporáneo y, en no más de una carilla, escribe una posible defensa de su modo de vida frente a las acusaciones que le son planteadas en el fragmento.
2 comentarios:
Me pareció super interesante la página y me pareció incorrecto slir sin decírtelo. Sigo navegando la web. Te saluda un hombre pueblo.
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