martes, 10 de agosto de 2010

El camino de la Felicidad en Bertrand Russell


Trabajo Práctico para su posterior discusión áulica

I) ¿Qué sostiene el autor en relación a la vinculación entre la «felicidad» y las «teorías sobre cómo se debe vivir»? ¿Podría sostenerse que hay en Russell una «implícita contradicción» en este punto? (justifica tu respuesta). ¿Cómo entiendes la distinción dada entre «felicidad» y «beatitud»?

II) ¿Qué concepción del hombre asume el filósofo? ¿Conoces alguna manera de entender al ser humano que sea radicalmente opuesta?

III) ¿Qué cosas propias del modo contemporáneo de vivir son para Russell incompatibles con la felicidad? Y en contraposición, ¿qué cosas son necesarias para alcanzar la dicha?

IV) ¿Cuál es, según tu opinión, la idea más valiosa que Russell propone?

Fragmento:

“Durante dos mil años, los más serios de los moralistas han tenido la costumbre de «desacreditar» la felicidad como algo degradante y sin valor. Los estoicos, durante siglos, atacaron a Epicuro, que predicaba la felicidad; decían que su filosofía era una filosofía de cerdos, y demostraban su virtud superior inventando mentiras escandalosas sobre él. Uno de ellos, Cleanto, quiso perseguir a Aristarco por defender el sistema astronómico de Copérnico; otro,  Marco Aurelio, persiguió a los cristianos; uno de los más famosos, Seneca, apoyo las abominaciones de Nerón, amasó una inmensa fortuna y prestó dinero a Boadicea a un tanto por ciento tan exorbitante de interés que la obligo a lanzarse a la rebelión. Todos esos “sabios” despreciaron la felicidad, como hizo su imitador británico, Carlyle, que no se canso nunca de decirnos que debemos «renunciar a la felicidad» en aras de la «beatitud». De hecho, la hostilidad hacia la felicidad es, por lo general, hostilidad hacia la felicidad de los demás, y constituye un pretexto elegante para odiar a la raza humana. Incluso cuando un hombre sacrifica sinceramente su propia felicidad, en aras de algo que considera más noble, propende a envidiar a los que gozan de un menor grado de nobleza, y esta envidia hace, con demasiada frecuencia, a los que se creen santos, crueles y destructores. La gente que profesa teorías referentes a como se debería vivir tiende a olvidar las «limitaciones» de la naturaleza. Si su modo de vida implica una restricción constante del instinto, en aras de algún objetivo supremo que usted mismo se ha propuesto, es posible que el objetivo se vaya haciendo cada vez mas fastidioso, debido a los esfuerzos que exige; el instinto, al que se le niegan sus satisfacciones normales, buscara otras, probablemente negativas; el placer, si usted no se permite ninguno en absoluto, se disociara de la corriente principal de su vida y se hará algo superficial y frívolo. Semejante placer no proporciona ninguna felicidad, sino solo una desesperación más profunda. Entre los moralistas, es un lugar común que no se puede alcanzar la felicidad si se la persigue. Esto es verdad únicamente cuando se la persigue injustamente.
Los tahúres en Montecarlo persiguen el dinero y la mayoría de ellos lo que consiguen es perderlo; pero hay otros modos de buscar dinero que, a menudo, tienen éxito. Lo mismo sucede con la felicidad. Si se la persigue por medio de la bebida, es porque uno se olvida de los desagradables efectos de la post-embriaguez. Para la mayoría de la gente, la búsqueda de la felicidad, a no ser que se complemente de diversas maneras, es demasiado abstracta y teórica para ser adecuada como norma personal de vida. Pero creo que, cualquiera que sea la norma personal de vida que se pueda elegir, no debería ser incompatible, excepto en algún raro caso de heroísmo, con la felicidad. Hay muchísimas personas en las que se dan las condiciones materiales para la felicidad, como, por ejemplo, salud y medios económicos suficientes, y que, sin embargo, son profundamente desgraciadas. En casos semejantes, parece que la responsabilidad debería recaer en alguna teoría incorrecta acerca de cómo vivir. En cierto sentido, podemos decir que cualquier teoría que se refiera a cómo se debe vivir es equivocada. Nos imaginamos más alejados de los animales de lo que lo estamos en realidad. Los animales viven de acuerdo con sus instintos y son felices, en la medida en que las condiciones externas son favorables. Si usted tiene un gato, este gozara de la vida si tiene alimento, calorcito y oportunidades para pasar, ocasionalmente, una noche en los tejados. Las necesidades de usted son más complicadas que las de un gato, pero están basadas, aún así, en el instinto. En las sociedades civilizadas, especialmente en las sociedades de habla inglesa, esto se olvida con facilidad. La gente se propone algún objetivo supremo, y reprime todos los instintos que no se encaminen a él. Un hombre de negocios puede estar tan ávido por llegar a ser rico, que sacrifique, a ese fin, su salud y sus afectos personales. Cuando por fin llega a ser rico, el único placer de que puede gozar es el de incitar a otras personas para que imiten su noble ejemplo. Muchas señoras ricas, aunque no hayan sido dotadas por la naturaleza con la facultad de gozar espontáneamente de la literatura o el arte, deciden ser tenidas por cultas y malgastan horas, mortalmente aburridas, para aprender lo que hay que decir acerca de los últimos libros de moda. No se les ocurre pensar que los libros se escriben para proporcionar placer, y no para ofrecer oportunidades a un esnobismo fastidioso. Si usted observa a los hombres y a las mujeres que, en torno suyo, merecen el nombre de felices, comprobará que todos ellos presentan ciertas características comunes. La más importante de ellas es una «actividad» que, la mayoría de las veces, proporciona un placer por sí misma. Las mujeres que experimentan un placer instintivo con sus niños (placer que no experimentan muchas mujeres, especialmente las educadas intelectualmente) pueden obtener este tipo de satisfacción formando una familia. Los artistas, escritores y hombres de ciencia consiguen ser felices de esta forma, si están satisfechos de su obra respectiva. Pero, además de estas, existen muchas otras variantes, más humildes, de esta clase de placer. Muchos hombres que pasan su vida laboriosa en la ciudad consagran sus fines de semana a un trabajo abrumador, voluntario y no remunerado en sus jardines y, a la llegada de la primavera, experimentan todas las alegrías de los creadores de la belleza. Es imposible ser feliz sin tener ninguna actividad; pero, asimismo, es imposible ser feliz si la actividad es excesiva. La actividad resulta agradable cuando está encaminada, con toda evidencia, al fin que se desea y no es contraria, en sí, al instinto. Un perro perseguirá a los conejos, hasta el extremo del agotamiento, y será feliz durante todo el tiempo: pero, si se le pone en un molino sin fin y, después de media hora, se le da una buena comida, no será feliz hasta que consiga la comida, pues hasta entonces no habrá estado dedicado a una actividad natural. Uno de los defectos de nuestro tiempo es que, en la compleja sociedad moderna, pocas de las actividades que es necesario hacer poseen la naturalidad de la caza. Como consecuencia, la mayoría de las personas, en las comunidades técnicamente avanzadas, tienen que buscar su felicidad al margen del trabajo con el que se ganan la vida. Y, si su trabajo es agotador, sus placeres tenderán a ser «pasivos». Contemplar un partido de futbol o ir al cine produce después poca satisfacción y no fomenta, de ninguna manera, los instintos creadores. La satisfacción de los jugadores, que son «activos», es de una especie completamente diferente.
El deseo de ser admirado y el temor al rechazo de los pares llevan a los hombres y a las mujeres (sobre todo a las mujeres) a estilos de conducta que no están dictados por impulsos espontáneos. La persona que es siempre "correcta" es siempre aburrida, o casi siempre. La persecución del éxito social, en forma de prestigio o de poder o de ambos, es el obstáculo más importante para la felicidad en una sociedad de competencia. No niego que el éxito constituya un ingrediente de la felicidad -para algunos, un ingrediente de gran importancia-, pero, por sí solo, no es suficiente para satisfacer a la mayoría de la gente. Se puede ser rico y admirado; pero, si no se tiene amigos, ni intereses, ni placeres superfluos espontáneos, se es un miserable. Vivir para el éxito social es una de las formas de vivir para una teoría, y vivir para una teoría es algo fastidioso y deprimente. Si un hombre, o una mujer, con salud y lo suficiente para comer, quiere ser feliz, le son necesarias dos cosas que, a primera vista, podrían parecer antagónicas. Necesita, primero, una estructura estable construida alrededor de un propósito central y, después, lo que se podría llamar "juego", es decir, lo que se hace meramente porque es divertido y no porque sirva para ninguna finalidad seria. La «estructura estable» debe ser la expresión de objetivos «bastante constantes», como, por ejemplo, los relacionados con la familia o el trabajo. Si la familia se ha convertido en algo constantemente detestado o el trabajo en algo uniformemente tedioso, ya no pueden proporcionar felicidad; pero merece la pena sufrir su disgusto o su tedio ocasionales, si no se experimentan de continuo. Y esa posibilidad de experimentarlos de continuo disminuye, grandemente, si se incrementan las oportunidades para "Jugar". El tema global de la felicidad ha sido tratado, en mi opinión, con demasiada solemnidad. Se ha creído que los hombres no pueden ser felices sin una «teoría de la vida» o de la «religión». Es posible que los que han llegado a ser desgraciados por culpa de una mala teoría necesiten una teoría mejor, que les ayude a reponerse, lo mismo que se necesita un tónico cuando se está enfermo. Pero, en circunstancias normales, un hombre puede estar sano, sin necesidad de tónicos, y ser feliz, sin necesidad de teorías. Lo realmente importante son las cosas sencillas. Si un hombre es feliz con su mujer y sus hijos, tiene éxito en el trabajo, y encuentra un placer en el cambio del día a la noche, de la primavera al otoño, será feliz, sea cual fuere su filosofía. Si, por el contrario, considera a su mujer odiosa, insoportable el ruido que hacen sus hijos y su trabajo como una pesadilla; si durante el día anhela la noche y por la noche suspira por la luz del día, entonces lo que necesita no es una nueva filosofía, sino un nuevo régimen, una nueva esposa, una dieta diferente o mas ejercicio o lo que le sea preciso. El hombre es un animal y su felicidad depende de su fisiología más de lo que le gusta creer. La conclusión es humilde, pero no tengo más remedio que creer en ella. Los hombres de negocios desgraciados incrementarían más su felicidad, estoy convencido de ello, caminando seis millas todos los días, que por medio del cambio de filosofía más radical que se pueda concebir. De paso, digamos que esta era la opinión de Jefferson que, a ese respecto, lamentaba la existencia de los caballos. Si hubiera podido prever el automóvil, se hubiera quedado sin habla”.

Russell, Bertrand. Antología, ed. S. XXI

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